Mucho se ha escrito desde mayo sobre quién es el autor que se oculta tras el seudónimo de Carmen Mola, nombre que firma La novia gitana, una de las grandes eclosiones literarias de estos últimos meses en España.
Dado que se trata de una novela policíaca que contiene escenas de cierta crudeza, hay quienes defienden que solo un hombre puede estar tras tan sangrientas palabras; otros consideran que tan solo una mujer podría perfilar una protagonista femenina tan independiente y liberal como reflejo reivindicativo del poderío ascendente de las de su sexo. Por otra parte, hay quienes han gastado tinta en esgrimir que tan solo alguien con experiencia policial podría dar tantos detalles relacionados con ese gremio, que quien se ha introducido en el mundo gitano puede hablar de él o que tan solo los hombres saben lo que es un Lada (este argumento fue escrito por una mujer), y disculpen, pero muchas conocemos este tipo de vehículos.
Ante todas estas sesudas reflexiones producto, espero, de una concienzuda lectura de la obra y de un rastreo y análisis profundo de las entrevistas que a través del correo electrónico ha concedido quien ha parido esta novela, me vienen a la cabeza algunas dudas: ¿Desde cuándo el sexo del autor determina su producción literaria? ¿Acaso Galdós, Tolstoi, Flaubert..., por poner algunos ejemplos, no escribían novelas protagonizadas por mujeres de marcado carácter? ¿Es necesario que un escritor viva todo lo que narra para dar verosimilitud a los hechos relatados? Si fuese así, abundarían en nuestro mundo los asesinos, los psicópatas, los animales con habilidades musicales, las princesas y los guisantes.
Aunque, quizá, la cuestión que más me preocupa es si importa más quién ha escrito la novela que la propia obra en sí. Yo me quedo con el escabroso relato de La novia gitana; quien sea su autor, la verdad, me importa poco, pese a que merece todas las alabanzas por haber engendrado una trama como esta. Solo espero que no se ría demasiado de quienes hacen cábalas con su identidad.
En mayo de 2018 Alfaguara publicó en su Serie negra La novia gitana. Desde entonces se han sucedido las ediciones de una novela que ha ganado impulso gracias a las críticas, los comentarios en redes sociales y el morbo de su autoría oculta.
Susana es una joven de origen gitano que, días antes de su matrimonio, muere en circunstancias similares a como lo hizo su hermana mayor años atrás. Las peculiares características del asesinato harán que se reabra, además, el caso anterior, máxime cuando el culpable de este permanece encarcelado. Dadas las dificultades del caso, le será asignado a un grupo especial de la policía comandado por la inspectora Elena Blanco, una mujer compleja atrapada por su pasado. Su grupo de colaboradores se verá apoyado por Ángel Zárate, un joven subinspector que se niega a aceptar que las personas son falibles. La trama se irá complicando de tal manera que los lectores verán atisbos de culpabilidad en numerosos personajes, hasta que al final el autor nos desvela quién de todos ellos posee el boleto ganador.
Junto a esta trama principal, se nos irá relatando con breves pinceladas la historia paralela de un niño. La conexión entre ambas se descubre a medida que se agotan los capítulos.
La novela se carga de verosimilitud al ambientarla en un Madrid contemporáneo. Los personajes se mueven por distintas calles de la ciudad como si se cruzasen con sus lectores por la calle. Además, al atribuir defectos y errores a los héroes de la trama, se potencia su realismo y se le da veracidad a sus acciones.
Los personajes contrastan por su curioso carácter, muchas veces opuesto a los convencionalismos sociales: mujeres que dirigen a hombres; hombres reflexivos frente a féminas impulsivas y coléricas que se valen de la fuerza bruta como vehículo de expresión; mujeres ancladas en bares que son rescatadas por abstemios. Y frente a todos ellos, las tradiciones gitanas que se resisten a abrir sus puertas al presente.
En La novia gitana, como en casi todas las novelas de su género, nada es lo que parece. Los malos pueden no ser tan malos, y aquellos que se hacen pasar por buenos tal vez no lo sean tanto. Hay quienes, además, ocultan heridas, secretos o afectos para tapar su vulnerabilidad ante los demás. Todo ello contado con la banda sonora de fondo de Mina y la música italiana entre vaso y vaso de grappa.
Se ha comparado la crudeza de determinadas escenas de esta obra con algunas novelas de la saga del comandante Verhoeven de Pierre Lemaitre, como Alex, ya reseñada en nuestro blog (http://letrasimposibles.blogspot.com/2017/01/alex.html). Sin embargo, la descripción de los hechos no resulta, a mi juicio, tan desagradable como algunos defienden, aunque sí es cierto que ofrece detalles escabrosos de los asesinatos que pueden herir a personas sensibles; estimo que estas no tienen por costumbre acercarse a este tipo de relatos.
Al margen del morbo que pueda despertar su autoría, La novia gitana es una novela policíaca que mantiene en tensión al lector desde su inicio, lo lleva por los caminos que su creador va forjando y lo deja boquiabierto al final. No obstante, en las últimas páginas una trama se cierra para abrirse otra, porque esta historia queda con un final abierto que anuncia la tan deseada segunda parte que su autor ha adelantado ya estar escribiendo.
No nos preguntemos quién es realmente Carmen Mola, sino con qué nos sorprenderá ese demiurgo literario en su próxima publicación. Permaneceremos atentos. ¿Te atreves a esperar conmigo?
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