Poco
se ha hablado, ¡oh, Musa!, del hombre de aguda inteligencia que viajó durante diez
años por el Mediterráneo sin usar otro combustible que su ingenio y el
viento propicio de los dioses.
Después
de una década de duros combates, y tras derrotar a los troyanos, Odiseo retornó
a su isla dejando un reguero de muertos y de variopintas aventuras, pero ni una
sola mancha de aceite en el mar.
Ni
los cicones, ni los lotófagos ni el temible Polifemo lograron desviar sus pasos,
aunque sí ralentizarlos. Y aunque Eolo intentó ayudarlos con su energía, la
curiosidad los llevó a las fauces de los lestrigones, y de estos cayó nuestro
héroe durante un año en los brazos de la bella Circe para terminar en el Hades
ante Tiresias.
¿Y
quién no recuerda el irresistible canto de las sirenas que atraía los barcos
hacia las afiladas peñas? No fueron ellas quienes hundieron la embarcación,
sino la ira de Helios por la gula de los navegantes.
Solo
se salvó Ulises, nuestro Odiseo, quien por fin arribó a Ítaca como un
desconocido y recuperó su trono y a su esposa.
En
el mar solo queda la historia, chapotea la leyenda del personaje eterno que
como único rastro en el mar dejó la sombra de su mito.
© Erminda Pérez Gil#Viajessostenibles
Me encantó
ResponderEliminar¡Gracias!
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