martes, 20 de abril de 2021

Hemingway

     Ernest Hemingway (Illinois, 1899-Idaho, 1961) es uno de los grandes escritores norteamericanos del siglo XX, incluido en lo que denominó Gertrude Stein la «generación perdida», apelativo que rechazaba Hemingway con la frase «las cochinas etiquetas fáciles de poner».
    Sin duda, la vida de este escritor está estrechamente ligada a su obra, pues tanto en sus textos periodísticos como en sus relatos de ficción y novelas aparecen referencias a su experiencia vital y a su relación con los demás. Por ello, su biografía nos da pistas sobre su obra, a la vez que esta nos ayuda a conocer su trayectoria.
    Hemingway era el segundo hijo de una familia acomodada de Oak Park que despreció que Ernest rechazara los estudios universitarios por un oficio con tan poco futuro como la escritura. Desde muy joven se inició en el periodismo y viajó a Europa para participar en la Gran Guerra como voluntario de la Cruz Roja en Italia. No obstante, su vida militar duró bien poco, pues fue herido de manera accidental en las piernas y trasladado a un hospital de Milán, donde permaneció varios meses. Quienes hayan leído Adiós a las armas (1929) observarán que sus vivencias son empleadas en esta novela como materia literaria, aunque esta fuera escrita diez años después en Cayo Hueso, Estados Unidos. Sin embargo, es esta una historia romántica que encubre una visión pesimista de la guerra (como sucederá en otras obras del autor), de frustración y de desengaño, pues esta cercena las vidas de las personas, la sinrazón se impone a la lógica y la rabia ciega al sentido común. La única solución, por tanto, es desvincularse del combate para poder vivir una vida plena, o al menos se intente.
    En 1919, ya recuperado de sus heridas, el joven Ernest vuelve a su país convertido en un héroe de guerra. Los artículos que enviaba al diario Star durante la contienda y las medallas recibidas lo ayudarán a alcanzar una fama de la que él se ruboriza, pues no cree ser merecedor de ella. Aun así, le servirán de trampolín para publicar en 1923 su primer libro (Tres cuentos y diez poemas) y sus dos primeras novelas en 1926: la menos conocida Aguas primaverales y la que lo dio a conocer, Fiesta, historia que se inspira en un viaje en grupo que realizó Hemingway con su primera esposa y varios amigos por España en el verano de 1924, en especial por los San Fermines. 
    Hemingway viajará por diversos países del mundo como corresponsal de diarios norteamericanos, lo que propiciará que entre en contacto con otros artistas como John Dos Passos, Scott Fitzgerald, Henry Miller o Ford Madox Ford, sobre todo gracias a la influencia de su amiga Gertrude Stein. 
    España se convierte en uno de sus espacios preferidos a donde se traslada en diversas ocasiones. Cuando estalla la Guerra Civil, Hemingway entrega cuarenta mil dólares de su propiedad para ayuda médica al gobierno de Madrid y en enero de 1937, una vez termina de escribir su novela Tener y no tener (una mala novela de la que Howard Hawks hizo una gran película en 1940 que poco tiene que ver, por cierto, con el relato escrito), se traslada a España como corresponsal de guerra.
    De su experiencia en la Guerra Civil española nace Por quién doblan las campanas (1940), novela ambientada en tres días que tiene como protagonista a un profesor norteamericano que participa en el combate del lado republicano y en que nace una breve historia de amor. Sin embargo, la historia no fue bien recibida por los bandos implicados, porque, como ya vimos antes, Hemigway ve la guerra como una derrota de la humanidad y realmente no toma partido por nadie. Como buen reportero, trata de ser objetivo y ofrece capítulos en los que relata acciones despiadadas de los nacionales (como la muerte de los padres de María y su violación múltiple) y las atrocidades cometidas por republicanos (como la purga y asesinato que llevaron a cabo en el pueblo de Pablo relatada por su esposa, Pilar).
    Tras sus relatos de las dos guerras en las que participó, se esperaba de él una novela sobre la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la historia que publicó en 1950 bajo el título Al otro lado del río y entre los árboles, no satisfizo a su público, que vio como la guerra era tocada de perfil y se centraba en la relación otoñal entre un coronel retirado norteamericano y una joven condesa veneciana.
    En 1952 publicaría su última y conocida novela El viejo y el mar, por la que obtuvo el Premio Pulitzer un año después. Su afición a la pesca y a este medio se verá reflejado en la historia de Santiago, un anciano pescador que consigue cazar y luego pierde su mejor pieza. Nadie creerá el relato de un hombre que nada tiene que perder ya.
    Durante todos estos años que han transcurrido, Hemingway se ha casado cuatro veces y se ha divorciado tres, ha tenido tres hijos, ha sufrido diversos accidentes de diferente gravedad, lo han dado por muerto en un par de ocasiones y han aumentado sus problemas oculares.
    1960 será, tal vez, su año más negro, pues a sus problemas de salud se añade una crisis nerviosa que le impide progresar en su trabajo, pues sufre. Tras permanecer varias veces en clínicas de reposo, regresa a su residencia de Ketchum. La madrugada del 2 de julio de 1961, mientras su esposa duerme, se dispara en la boca con su carabina.
    La narrativa del norteamericano es, sin duda, valiosa; prueba de ello es que le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en 1954. Sin embargo, al leer todas sus obras se percibe que los personajes femeninos son en su mayoría frágiles, dependientes emocionales de hombres a quienes admiran hasta el ostracismo. Se salva de ello Pilar, la gitana guerrillera de Por quien doblan las campanas, una mujer caracterizada por su fealdad que asume un rol masculino de control y dominio sobre el grupo.
    Aun así, el estilo de Hemingway, conciso, breve, directo, no pasa desapercibido. Desde muy joven, cuando se inició en el periodismo, le enseñaron a usar una prosa escueta, directa y funcional, de frases cortas, sencillas y claras. Pete Wellington, director del Kansas City Star, primer diario para el que trabajó, recomendaba «usar verbos, porque hay que dar acción, no adjetivos». Según Hemingway, «las mejores normas sobre el  arte de escribir que aprendí en toda mi vida».
    


    
    

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