Tras el título La pequeña comunista que no sonreía nunca se oculta una mujer desconocida. Sin embargo, si dijésemos el nombre de Nadia Comaneci a todos nos vendría a la cabeza la imagen de una pequeña niña con coletas que rompió los marcadores en las olimpiadas de Montreal en 1976.
La pretensión de Lola Lafon (Bucarest, 1975) no era escribir una exhaustiva biografía sobre este diminuta heroína del deporte, sino crear una novela. Por ello, sigue la línea de los acontecimientos históricos, pero trasciende sus límites al introducir múltiples hipótesis y versiones de cómo pudieron suceder determinados acontecimientos de la vida de Comaneci desde que fue reclutada a los siete años para la escuela de gimnasia de su ciudad, hasta que, ya adulta, cayó en desgracia ante la crítica sociedad.
La autora simula mantener correspondencia electrónica y conversaciones telefónicas con la Nadia actual, con quien comparte y debate la investigación que lleva a cabo. En muchas ocasiones surgen divergencias entre ellas, pues Nadia niega y contradice las informaciones que la escritora quiere contrastar, o se niega a dar respuesta a algunas de sus preguntas porque le resultan comprometedoras o simplemente porque prefiere el mito a la realidad.
En esta novela vemos crecer a una niña cuyo coraje la anima a levantarse tras cada caída, a exigirse aún más de lo que los demás le demandan, que no ve su límite en ningún punto y cuya única desgracia fue crecer y enfrentarse a los inevitables cambios que este hecho suponen.
No queda todo dicho ni aclarado en estas páginas. Se defiende un mito al que se cuestiona y juzga continuamente. Se valora la repercusión que el efecto Comaneci tuvo en su país y fuera de sus fronteras, la imitatio de la que fue objeto tanto por gimnastas profesionales como por aficionados de su deporte. Se evalúan los duros métodos que empleaba su entrenador, Béla Karolyi. Se critica con dureza la Rumanía en la que creció y vivió Nadia, dominada por un dictador, Nicolae Ceaucescu, que utilizó su imagen para defender los locos principios con que regía el país. Se pone en entredicho la transparencia e imparcialidad de los jueces olímpicos, quienes, en Moscú 1980, atienden más a criterios políticos que deportivos, como sucede en otras competiciones.
A pesar de todas las dudas que nos puedan surgir en torno a ella, su vínculo con los Ceaucescu y su capacidad de mentir y manipular, Nadia Comaneci siempre será para el mundo la niña diez de Montreal 76.
Recuerdo claramente a Nadia me impresionaba frente al televisor al verla uuffffff, no lo he leído pero lo apunto , un abrazo desde mi brillo del mar
ResponderEliminarAún impresiona ver sus vídeos de Montreal: pequeña, ligera, elástica y fuerte. Te gustará la novela. Un saludo.
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