Soy
un gran aficionado al fútbol. Creo que mi madre y yo somos los seguidores más
fervorosos de la selección nacional, los que con más ánimo jaleamos al equipo y
los que más aplaudimos sus goles y triunfos. No exagero, tenemos nuestros
motivos.
Mi padre me inculcó el amor a este deporte desde que
nací. Creo que tengo camisetas de la selección española de todas las tallas.
Desde que era un bebé me sentaba ante el televisor para que fuera aprendiendo
las lides del juego, y a medida que he ido creciendo no ha dejado de instruirme
en técnicas y tácticas futbolísticas. Él habla durante los partidos, da
instrucciones a los jugadores, insulta a los árbitros o a los que no sudan la
camiseta, reclama faltas, fueras de juego o tarjetas del equipo contrario,
grita y patalea cuando recibimos un gol en contra, y si pierde la Roja, entonces
se monta la de Dios.
No
dejo de aprender de su experiencia. Me habla del gol de Marcelino con el que
España ganó su primera Eurocopa, del de Zarra en Maracaná, del de Cardeñosa que
nunca fue, del gol fantasma de Míchel a Brasil o del que le encajó Platini a
Arconada, del inolvidable 12 a 1 contra Malta, de los cinco goles de Butragueño
en México… Mi padre repite continuamente que siempre nos eliminaban cuando jugábamos
los mejores partidos. Habla en plural, porque él dice que el espectador es el
jugador número 12 en el campo.
Mi
madre adora a don Luis Aragonés y al señor del Bosque. Los llama así, con
respeto. Dice que son unos caballeros a los que les debe mucho. Por algo han sido
los que han llevado a la Selección a alcanzar sus mayores triunfos y a que en
casa reine la paz.
Tras
la victoria en Viena todo empezó a funcionar mejor. ¡Mi padre estaba
tan feliz que nos invitó a comer fuera! Al ganar el mundial de Sudáfrica nos
llevó de fin de semana a la playa. Yo nunca había visto el mar y fue una
experiencia que nunca podré olvidar. La del gol de Iniesta, tampoco, claro. Con
la Eurocopa de Polonia conseguí una bicicleta chula. Eso sí, el mundo volvió a
ser el mismo tras la debacle de Brasil. Mi padre estaba tan enfadado por la
falta de ganas de los jugadores que su furia creció como ya no recordábamos.
Quería que echaran al entrenador y a todos esos gandules, que él ya lo veía
venir desde la Copa Confederaciones. Y zas, pum, plaf, cataplum.
Acaba
de empezar la Eurocopa de Francia y de momento las cosas van bien. Mi padre
está entusiasmado porque España venció a la República Checa en el primer partido.
Pero no deja de repetir que no nos podemos fiar, que hay que cambiar algunos
jugadores y dejar en el banquillo a los que no están en forma.
Por
eso, señor del Bosque, le envío esta carta. Me gustaría que revisara la
alineación que propone mi padre y que le he copiado en la hoja de atrás. Mi
madre reza por usted y por los jugadores y les pide encarecidamente que hagan
lo posible para seguir ganando, aunque sea por la mínima. Porque un triunfo es
un triunfo. Así mi padre se pondrá contento y nosotros no tendremos que
escuchar sus gritos ni soportar los golpes que descarga contra nosotros para
desahogarse. Usted no conoce a mi padre, es un hombre con
los puños muy duros. Mi madre y yo les estaríamos muy agradecidos.
Se
despide atentamente,
Su
seguidor más fiel.
© Erminda Pérez Gil, 2016
© Erminda Pérez Gil, 2016
Relato ganador del concurso Historias de fútbol convocado por Zenda libros, 17 de junio de 2016.
Acabo de leerlo y sencillamente...¡Me encantó!
ResponderEliminar¡Gracias!
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