Cuando
me trajeron aquí, aunque nadie me lo dijo, yo sabía que iba a ser para siempre.
Me consolé pensando que vendrían a verme con frecuencia, dada la tristeza con
la que se despidieron ese primer día. De hecho, al principio las visitas
se sucedían a diario, me traían regalos y me hablaban durante horas. Algunos
incluso lloraban ante mí por la situación en que me hallaba, y eso me hacía
sentir muy mal, pues yo no estaba en este lugar por voluntad propia.