domingo, 10 de junio de 2018

Manifiesto sin banderas

     Sé que se aproximan. Siento los cascos de sus caballos removiendo el polvo y las pisadas inseguras de los que van a pie. Me alcanza el rumor de sus pertrechos, las toses ahogadas y el temblor de las mandíbulas de quienes auguran el peligro. Huele a miedo y a sudor, a valentía perdida y a urea, a pólvora y a sangre por derramar. Los uniformes han perdido su lustre y se preparan para matar o morir.
     No muy lejos aguardan otros colores que contienen la respiración. Miran hacia el cielo buscando cobijo al sentirse inseguros a ras de tierra. Se aferran a sus armas mientras escudriñan estáticos el horizonte más próximo. Sus oídos alertan; suenan los pífanos.
    Las banderas ondean reclamando espacio y poder. Han cruzado un océano para vengar ofensas pasadas, para humillar y doblegar al otro, para ganar un espacio que ni es suyo ni de nadie.
     Resuenan los gritos de embestida en diversas lenguas; los de dolor se oyen en el mismo idioma, el de la muerte. Colonos, españoles, franceses, británicos, indios se enfrentan para dejar sembrada la tierra de cuerpos exánimes, de valor y de vísceras.
    Las batallas se suceden en un tira y afloja que los hace avanzar y retroceder hasta que alguno, agotado, dice basta. Entonces los vencedores celebran el triunfo de la libertad y los vencidos se alejan con sus estandartes ajados del cementerio que ambos han sembrado.
    Mientras tanto yo sigo aquí, absorbiendo en mis entrañas la sangre vertida, la misma que ha teñido las aguas del Misisipi y de otros ríos; alimentándome de los que yacen enterrados en mi seno y de las cenizas de lo que hubo y ardió.
     Da igual que me haya resistido con lluvias y huracanes, que haya intentado repeler la desgracia con vientos y fuertes marejadas. Los hombres nunca entenderán que yo, la Tierra, no pertenezco a nadie porque soy enteramente de todos, sin fronteras ni banderas.

© Erminda Pérez Gil
#Bajodosbanderas


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