Sientes en la piel la brisa que mece los trigales y el calor del sol de mediodía. Estás tumbado boca arriba sobre la hierba, como tantas veces en tu infancia. Como aquella en que besaste a una chica por primera vez. Daryna, aún la recuerdas. Su pelo olía a jabón y su boca, a moras maduras. Sus cabellos se enredaron entre tus dedos y no querías desasirlos jamás. Pero como las nubes, otras vinieron a ocupar tu cielo.
Entreabres los ojos. Espesos nubarrones
grises cargados de frío coronan edificios de viviendas semiderruidos; algunos vomitan fuego por sus ventanas. Las sirenas anuncian bombardeos. Se escuchan
tiros y movimiento de vehículos pesados.
Tu pecho arde y un borbotón de
sangre escapa de tu boca. Quieres incorporarte, pero no puedes. Tu cuerpo no
responde a tus deseos, está desmadejado sobre una acera de la ciudad de Járkov.
Aún cuelga de tu hombro el fusil que aprendiste a usar hace unos días, cuando llegó el invasor.
Aprietas los párpados con fuerza.
Deseas volver a tu pueblo en la región de Zaporiyia. Regresar a los
campos de cereales, pisar las tierras de cultivo, oler amapolas, escuchar los pájaros... No quieres morir en otro lugar.
Alguien agarra tu mano y te habla
con suavidad. «Tranquilo, muchacho. Estamos aquí, te ayudaremos. No estás solo».
Miras a esa voz entre tinieblas; es una mujer joven con un brazalete. «Daryna»,
dices. «No, soy Orynko». «Paz», musitas. Y una sonrisa se dibuja en tus labios.
#VocesdeUcrania
Bello texto. Felicitaciones. La paz crepita en los cañones de esta inútil guerra
ResponderEliminarGracias, Carlos.
EliminarMagnífico y muy sutil texto. Pocas cosas como la palabra, la razón y los sentimientos para combatir el sin sentido de la guerra...
ResponderEliminarGracias, Manuel. Tiene razón.
EliminarEnhorabuena.Es preciso. M.
ResponderEliminarGracias.
EliminarEs bien bonito.
ResponderEliminarGracias.
EliminarPrecioso. Espero que ganes.
ResponderEliminarGracias. ¡Ojalá!
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