sábado, 5 de agosto de 2017

El cuento de la criada

     En teoría literaria, se conoce como distopía o ficción distópica a una narración en la que se describe una sociedad futura en la que, con la finalidad de lograr el bien común y la felicidad, se abusa del poder y se controla, maltrata, anula y denigra al individuo, que carece de cualquier valor. En ellas suele dominar un estado totalitario que oprime a los ciudadanos y los obliga a vivir en un miedo y desconfianza permanentes. Dadas sus connotaciones negativas, este tipo de historias de ficción se las suele denominar también literatura apocalíptica.
     Esta tendencia literaria nació en 1921 con la publicación de Nosotros de Yevgeni Zamatin, y fue seguida por tres conocidas novelas: Un mundo feliz de Aldous Huxley (1932), 1984 de George Orwell (1949) y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury (1953).
      En 1985 Margaret Atwood (Otawa, 1939) se atrevió con este género con El cuento de la criada (The handmaid's tale). No es de extrañar que optara por criticar estados totalitarios, puesto que la autora es una conocida activista política que no duda en denunciar causas injustas. Quizá a algunos les suene este título, ya que ha recobrado actualidad al haberse estrenado recientemente una serie de televisión en la que se adapta esta novela.
     Los hechos descritos acontecen en Gilead, nombre que sustituirá al de Estados Unidos tras unos violentos acontecimientos que cambian la historia de Norteamérica y la de sus habitantes. El control del país es tomado por un grupo extremista religioso que impone sus normas y anula con la fuerza cualquier conato disidente. Las más perjudicadas en este proceso serán las mujeres, quienes perderán su libertad anterior para pasar a desarrollar un rol que el estado totalitario les impone, siempre bajo el control de un hombre. Ante los bajos niveles de natalidad se impone la fecundación como fin principal, por lo que se clasificará a las mujeres según sus posibilidades reproductivas. 
     En la novela, las féminas son divididas en grupos en función de las necesidades sociales y sus capacidades: las "esposas"son las mujeres de los altos cargos que dirigen la casa y hacen vida social con otras de su clase; las "marthas" cocinan y lleva a cabo las labores domésticas; las "tías" son las adiestradoras de mujeres, las que someten, vigilan y castigan a aquellas que no siguen sus dictados; y las "criadas" o "doncellas" son mujeres fértiles a las que se reeduca para ser utilizadas como vientres que conciban los hijos de las familias. Cada casta se distingue por un color con el que deben vestir: azul, vede, marrón y rojo. Sin embargo, hay mujeres que son desahuciadas y quedan fuera de cualquier clasificación anterior o que no cumplen con las expectativas. ¿Qué sucede con ellas entonces? Son enviadas a las colonias para limpiar residuos radioactivos puesto que, al no aportar nada al nuevo orden social, sobran.
   Esta historia está narrada en primera persona, es decir, un personaje femenino nos relata los acontecimientos. Aunque sería más preciso aclarar que lo que en realidad hace este personaje es "pensar" lo que nosotros leemos, puesto que no posee los rudimentos necesarios para la escritura ni le está permitido ejercerla, a la vez que tampoco puede hablar con nadie para contarle sus vivencias. Se trata de una "criada" o "doncella" que es obligada a servir de vientre a un matrimonio de oligarcas con los que vive durante un periodo máximo de dos años. Pasado este tiempo, tanto si el resultado ha sido positivo como si no, pasará a otra casa; así hasta en tres ocasiones. Si no llega a concebir en ese periodo, será enviada a las colonias.
     Desconocemos el nombre que poseía la protagonista antes de vivir esta situación, pues le fue anulado en favor del nuevo, que indica la pertenencia al hombre de la casa: Defred (en inglés, Offred). Todas las criadas o doncellas reciben uno similar.
     La narradora relata qué le sucede cada día, de la mañana a la noche en una monotonía constante que le deja demasiado tiempo libre y en el que no se le permite hacer nada, ni siquiera leer o charlar. Por ello, dejará volar su memoria recordando momentos anteriores al presente impuesto en el que vive. Así sabremos que tenía pareja, una hija, conoceremos a su madre y a su mejor amiga, y comprobaremos la alteración tan radical que se ha producido en su vida a consecuencia del cambio político. Echa de menos su pasado, pero se conforma con el presente, como si no hubiese otra opción vital posible.
     Margaret Atwood no solo critica los regímenes autoritarios en estas páginas y los perjuicios sufridos por las mujeres; también deja en evidencia la corrupción de las clases dominantes, que se saltan las normas que ellos mismos imponen al resto de la población con sangre y fuego; a la par que denuncia la pasividad y desidia sociales ante imposiciones dictatoriales emergentes.
      La novela resulta, cuanto menos, interesante, puesto que ofrece un punto de vista verosímil sobre lo que podría llegar a pasar si las condiciones sociales y políticas lo propiciaran. De hecho, algunos lo están utilizando como llamamiento feminista contra las medidas conservadoras impuestas por el actual presidente estadounidense, Donald Trump, contra las mujeres.
     Son numerosas las situaciones descritas por la narradora que nos pueden impactar dada su crudeza, aunque sepamos que son producto de la ficción. Y es que, en el mundo en el que vivimos, muchas veces la perversidad humana supera con creces la imaginación novelesca.
     ¿Exagera Margaret Atwood con su perspectiva catastrofista? Opina tú mismo, discreto lector, adentrándote en Gilead como turista literario, puesto que es probable que prefieras quedar fuera del elenco de personajes sometidos por  un régimen autoritario y cercenador.


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