martes, 25 de julio de 2017

Seis poemas gallegos de Federico García Lorca

      Desde que Federico García Lorca (1898-1936) viajara por primera vez a Galicia en 1916, el paisaje del noroeste español no desaparecería de su recuerdo. Su pasión por la tierra gallega venía impulsado por su gusto por las cantigas, los cancioneiros de los siglos XII, XIII y XIV, los versos de Rosalía de Castro y su admiración por Valle-Inclán, a quien conocía bien. Tal es así, que, a raíz de esa primera visita, el joven Lorca manifestó en un artículo que publicó en 1917: "Se comprende, viendo el paisaje de Galicia, el carácter triste de sus habitantes, que dice de penas, de amores, de imposibles".
     Federico contó en Madrid con varios amigos gallegos procedentes de distintas zonas (el músico Jesús Bal y Gay, los poetas Eugenio Montes, Serafín Ferro y Ernesto Pérez Guerra de Cal, entre otros), quienes le transmitieron información sobre el arte, la música, la literatura y la cultura gallegas.
      Además, el granadino se siente atraído por las supersticiones, las leyendas y el misterio que envuelven las tierras gallegas y les dan ese aire de misterio entre nieblas y lluvia, tan distinto de su Andalucía natal. 
     Todo ello propicia que en 1932 el poeta granadino pise de nuevo con emoción Santiago de Compostela. Lo acompañan en sus paseos Arturo Moure Cuadrado, propietario de la librería Nike y destacado conocedor de la cultura y el arte de la ciudad, y otros artistas del lugar que admiran al conocido autor del Romancero gitano. 
      De las impresiones de este reencuentro con Galicia surge su colección de seis poemas escritos en gallego. Tal es así, que extiende su estancia en la zona, a la que había acudido para dictar una serie de conferencias, y no se marchará hasta haber dejado un ramo de flores en el monumento a Rosalía de Castro.
      La composición de estos versos se lleva a cabo tras retornar a Madrid. No obstante, hay que tener en cuenta que el conocimiento que tenía Lorca de la lengua gallega era nulo, por lo que para él fue imprescindible la colaboración de su amigo Ernesto Pérez Guerra. De hecho, Lorca no solo pretendía homenajear a esa tierra y su tradición literaria y musical, sino también a su amigo y su lengua.
     En mayo o junio de 1932 surge "Madrigal â cibdá de Santiago" ("Madrigal a la ciudad de Santiago"), publicado por primera vez en otoño de ese año en la revista Yunque. En estos versos el poeta quería reflejar su impresión de la ciudad bajo la lluvia con cierta nostalgia amorosa:

Chove en Santiago

meu doce amor.
Camelia branca do ar
brila entebrecida ô sol.

Chove en Santiago
na noite escrura.
Herbas de prata e de sono
cobren a valeira lúa.

Olla a choiva pol-a rúa,
laio de pedra e cristal.
Olla o vento esvaído
soma e cinza do teu mar.

Soma e cinza do teu mar
Santiago, lonxe do sol.
Agoa da mañán anterga 
trema no meu corazón.

    Los otros cinco poemas no serían compuestos, siempre en colaboración de nuevo con su amigo Ernesto, hasta el regreso de Federico de su estancia en Argentina en 1934. Sus títulos son: "Romaxe de Nosa Señora de Barca" (Romería de Nuestra Señora de la Barca), "Cántiga do neno da tenda" ("Cántiga del niño de la tienda"), "Noiturnio do adoescente morto" ("Nocturno del adolescente muerto"), "Canzón de cuna pra Rosalía Castro, morta" ("Canción de cuna para Rosalía de Castro, muerta") y "Danza da lúa en Santiago" (Danza de la luna en Santiago).
      No sería hasta 1935 cuando aparecieran publicados los seis poemas prologados por Blanco Amor, y resulta curioso que no se citara la colaboración de Pérez Guerra en la elaboración de los textos que simbolizan la admiración de Federico por las tierras gallegas de su estimado amigo, a quien el poeta dedicó uno de ellos ("Cántiga do neno da tenda").
     El grupo gallego de música celta Luar na lubre puso música al primer poema gallego de Lorca en 2012, en su álbum Sons da lubrenas noites de Luar. Se trata de una delicada pieza que es un deleite escuchar:




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