viernes, 31 de agosto de 2018

Sobre dos ruedas

          Cada día salgo con mi bicicleta durante al menos una hora. Voy generalmente por las carreteras de mi entorno, aunque a veces me desplazo a otros lugares para variar el trayecto y no aburrirme. En alguna ocasión también me aventuro a pedalear por pistas de tierra y a hacer descensos vertiginosos por zonas montañosas que producen un buen chute de adrenalina.
            Ser ciclista tiene sus complicaciones. Los días de lluvia, por ejemplo, pueden ser peligrosos porque es frecuente patinar en el asfalto mojado y caer. Tampoco es cómodo circular por la ciudad, ya que debes estar atento a los semáforos, los vehículos y los peatones, que a veces se cruzan sin mirar. Por vías muy transitadas la situación se complica, pues solemos ser considerados un estorbo para algunos conductores. Las carreteras que serpentean por las montañas nos encantan por el paisaje que ofrecen, el reto que supone culminar el ascenso y la diversión de descender la cima a la mayor velocidad posible; eso sí, a veces tenemos verdaderos encontronazos en las curvas con vehículos cuyo trazado se excede de los límites de su carril, y el susto, como mínimo, no te lo quita nadie.
            A mí me agradan las carreteras secundarias porque suele haber poco tráfico y el peligro es menor. Aun así, un ciclista es muy frágil en cualquier vía. Cuando voy sola suelo ponerme ropa llamativa para que los que circulan cerca de mí puedan distinguirme con la suficiente antelación. Sin embargo, cuando vamos varios nos apiñamos para ser más visibles, aunque algunos se quejen y nos griten desde la ventanilla que vayamos en fila india. Hay que ver los insultos y comentarios que recibimos los ciclistas cuando transitamos. Y cuando pedalea una chica, la cosa se pone aun peor. Todavía quedan brutos a los que educar.
          La verdad es que los conductores cada vez están más concienciados de la fragilidad de una bicicleta, esperan pacientes el espacio suficiente para adelantarnos y lo hacen dejando la distancia adecuada para no hacernos caer. Aunque no todos son así; hay quienes, además de soltarte cualquier improperio, te adelantan a gran velocidad sin apartarse lo suficiente, como acaba de hacer el imbécil que pasó a mi lado hace un momento y me lanzó al arcén del golpe que me propinó. El coche frenó un instante al notar el impacto, pero ha vuelto a acelerar y me ha dejado aquí sola, tirada, con un acre sabor a sangre espesa en la boca y el cuerpo desmadejado e inútil sobre el asfalto. Lucho por mantener mis párpados abiertos, pero ellos únicamente quieren descansar. Y entre la niebla oscura que me va cegando, solo acierto a ver la rueda trasera de mi bici girando sin parar.

© Erminda Pérez Gil
#historiasdebicis

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