domingo, 16 de septiembre de 2018

Memorias sin pedales

«Mi vida siempre ha sido la bicicleta, desde muy chico, ya sabes. Mi familia vivía en una casita alejada del pueblo y para ir a buscar la leche a la vaquería, el pan a la tienda y hacer los recados de mi madre, me mandaban en la bici. La primera que tuve era vieja, pesada, de hierro carcomido por la herrumbre. Nadie sabía quién había sido su dueño; mi padre me contó que la había encontrado tirada en una cuneta cuando se acabó la guerra y volvió en ella a casa.
            Durante el invierno la bicicleta permanecía dormida en el granero, pero cuando llegaba la primavera echaba carreras por los caminos con mi amigo Luis. Bueno, eso fue hasta que se trasladó con su familia a Francia y perdimos el contacto. La siguiente vez que lo vi fue cuando ganó la Vuelta en 1970. Fui hasta allí para aplaudir su triunfo y recuperar su amistad e hice ambas cosas. Me uní a su equipo y tres años después festejamos su victoria en París. Cuando murió lamenté no haber estado a su lado para ayudarlo. En fin, son cosas de la vida.
            Aunque si tengo que agradecer a alguien que me haya ayudado en el ciclismo es a Bahamontes. Todos los chicos de mi época queríamos ser como “El águila de Toledo” y ascender más rápidos que ningún otro, pero pocos tuvieron mi suerte. En una ocasión en que Federico entrenaba por el Valle se le pichó una rueda y fui yo quien lo auxilió. Desde entonces me cubrió bajo su ala y me llevó a entrenar con los suyos. Incluso convenció a mis padres para que me dejaran acompañarlo. Él era el primer español en haber ganado un Tour y ahí estaba yo, junto al mejor escalador que ha habido nunca. Jamás lo podré olvidar.
            Cuando veo la Vuelta en televisión y escucho a Pedro de comentarista recuerdo cuánto lo ayudé con sus entrenamientos y lo bien que lo pasamos juntos. Salía con él por esas carreteras segovianas y le servía de guía y mentor. Lo vi desde el principio, ese chico era un luchador, solo así se pueden ganar dos Vueltas y un Tour. Y míralo, ahí sigue dando el callo cada año como un campeón.
            ¿Y qué te voy a decir de Induráin? Ese muchacho nació para ganar, tenía unas condiciones físicas que parecían inhumanas; ya lo supe yo desde que era alevín, cuando disputó aquella carrera en Eliozondo. Al verlo cruzar la meta pensé “Este chaval tiene madera”. Y mira, no me equivoqué cuando se lo recomendé a Eusebio Unzué. Cuando fichó con los profesionales Miguel me pedía consejo y yo lo animaba cuesta arriba y cuesta abajo pedaleando a su rueda día tras día. ¡Qué buen muchacho! Solo alguien como él es capaz de ganar cinco Tours consecutivos y entre tanto también dos Giros. Ganaba todo lo que fuera: montaña, contrarreloj…
¡Pero qué te voy a contar a ti, Alberto, que de esto de las bicis sabes un rato con todos esos Tour, Vueltas y Giros que has ganado!»
Don Paco se queda extasiado mirando cómo serpentea el pelotón en la tele tras sus gruesos cristales de aumento. A veces me confunde con Contador, como hoy; otros días me llama hijo o nieto, aunque ni siquiera somos familia. Cada día que vengo de voluntario a la residencia charla un rato conmigo y me cuenta sus aventuras como ciclista profesional. Yo sé que son falsas, pero le sigo la corriente porque lo veo feliz. ¿Quién se atrevería a recordarle que perdió ambas piernas siendo un crío cuando pisó una mina olvidada de la Guerra?

© Erminda Pérez Gil
#historiasdebicis

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