sábado, 13 de abril de 2019

Cuando la censura devoró a Caperucita

      Cuando hace un par de días leí que habían censurado "Caperucita Roja" y otros cuentos infantiles reí -¡ay, mi ignorancia!- pensando que se trataba de una falsa noticia, digna de El Mundo Today, que buscaba ridiculizar determinadas tendencias extremistas. Sin embargo, al comprobar que era una información real, el estupor se apoderó de mí.

      En un colegio de Barcelona, de cuyo nombre prefiero no acordarme, han purgado de la biblioteca doscientos títulos (el 30% del fondo con el que cuenta) a los que tachan de discriminatorios o tóxicos. Consideran que ofrecen una visión machista puesto que reproducen patrones sexistas que podrían contaminar las mentes de los más pequeños, tan abiertas a absorber todo lo que los rodea. No obstante, este ejercicio de limpieza ideológica no se lleva a cabo en primaria, ya que estiman que a partir de los seis años los infantes poseen una visión crítica capaz de distinguir los usos sexistas y rechazarlos.
      No es la primera vez que la censura ataca la literatura ni, desgraciadamente, será la última. A lo largo de la historia han sido innumerables las veces en las que se ha indicado qué se debe leer o no, que es lo correcto y en qué se debe creer. Todos los sátrapas y tiranos han intentado controlar las mentes porque saben que así dominan a las personas. Sea por motivos políticos, religiosos, ideológicos o paternalistas, siempre ha habido quienes han querido limitar nuestro acceso al conocimiento para que no tengamos una visión amplia del mundo que nos permita reflexionar y escoger nuestros propios principios; es decir, ser libres.
       Ante este hecho reciente me surgen varias preguntas: ¿Quiénes deciden qué pueden leer los niños? ¿Qué formación poseen para tomar esta decisión? ¿Qué criterios han seguido para realizar la criba?
      Las respuestas, por simples, acongojan. Se trata de un grupo de madres (y aquí ya empieza el sexismo; no se ha contado con padres) pertenecientes al AMPA del colegio en cuestión, cuya formación literaria se desconoce. El criterio que han seguido es sencillo: los que no nos gusten a nosotras. 
      La estrechez de miras de estas señoras es tal que no entienden que un libro no tiene una sola lectura, sino tantas como lectores se acerquen a él. Ellas ven sexismo en "Caperucita Roja"; otros, a una niña valiente capaz de atravesar un bosque sola. Ellas pretenden criar a sus hijos con una visión parcial de la realidad; otros, con la libertad de elegir que todo ser humano debe tener.
      Además, la lectura de cuentos es solo una parte ínfima de la formación de un niño; los valores los adquieren en casa, en la escuela y en el ambiente en el que se mueven. Los libros no los hacen machistas; el entorno, sí.
      Aunque, tal vez, lo que más me preocupa no es que haya surgido un grupo de iluminadas que ejerzan de censoras de su régimen, sino que las instituciones consientan tal injerencia.
      Dejemos que los niños crezcan en libertad, que puedan acceder a cualquier tipo de lectura, que conozcan ampliamente el mundo en el que viven para que sean ellos quienes decidan qué desean ser y qué desean pensar. Si no, estaremos criando borregos.



2 comentarios:

  1. Absolutamente de acuerdo. La censura puede venir de muchas partes,pero es triste que sea un centro de enseñanza quien lo haga!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cierto. Y el silencio de las autoridades legitima tal acción.

      Eliminar