domingo, 13 de diciembre de 2020

El infinito en un junco

      Uno de los mejores aciertos editoriales españoles de los últimos años lo ha protagonizado Siruela con la publicación de El infinito en un junco de Irene Vallejo (Zaragoza, 1979). Con una cuidada edición de más de cuatrocientas páginas en tapa blanda y una portada que desprende serenidad y equilibrio, se ha colocado entre los libros más leídos una obra que sorprende por su género, el ensayo, menos comercial en nuestro país que la novela. ¿Cuál ha sido el secreto de su éxito?
    La autora no es una principiante. Irene Vallejo posee una sólida formación académica que la faculta como divulgadora del mundo clásico a través de conferencias y de columnas periodísticas. Asimismo, ya había publicado dos novelas, La luz sepultada (2011) y El silbido del arquero (2015), además de una recopilación de textos periodísticos y dos libros infantiles, aunque la gloria la haya alcanzado con este último ejemplar, por el que ha obtenido en 2020 el Premio Nacional de Ensayo.
     El tema del ensayo aparece en el subtítulo de la obra: La invención de los libros en el mundo antiguo. Ese es el objetivo de la autora, rastrear la historia del libro desde sus orígenes más primitivos y cómo este ha ido variando de materiales y formatos hasta el presente. Para ello divide el estudio en dos partes, una dedicada a Grecia y otra a Roma, en las que repasa las primeras recopilaciones de libros, el surgimiento de las primeras bibliotecas y quiénes fueron sus fundadores y usuarios. Aunque también relata la desaparición violenta de algunas y el temor de sus destructores a la palabra y reflexiona sobre el futuro del papel frente a los formatos digitales.
     Creo que la clave de Vallejo ha sido saber acercar a todos los lectores un género literario tradicionalmente restringido a un público especializado. Este tema, que podía haber sido expuesto de una forma elevada y academicista, es tratado de manera mundana, más sencilla, al alcance de todos los públicos. Para ello, claro, ha tenido que renunciar a la sobriedad del análisis profundo para inclinarse hacia el símil con el presente y la muestra del deseo o la imaginación de la voz de la autora. No son pocas las reflexiones iniciadas por "creo", "me gustaría pensar", "imagino"..., que se saltan un tanto los límites del ensayo.
     Sin embargo, con ello logra que el común de los lectores pueda acercarse sin miedo y entender unos datos que de otra manera tal vez le resultaría árido y soporífero. Así, las continuas comparaciones con la actualidad facilitan esa asimilación de ideas a quienes desconocen los entresijos del mundo antiguo. Ese era el objetivo de la autora, acercar su estudio a la mayoría, hacer partícipes a todos de sus conocimientos y de su pasión por los libros, y es evidente que lo ha conseguido.
     El infinito en un junco es, sin duda, una oda a la literatura, un canto a los libros y a quienes han facilitado que estos perduren en el tiempo a pesar de su transcurso y de los dislates de la historia. Y es, además, una carta de amor a la virtud de escribir y leer. 


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