sábado, 5 de enero de 2019

Queridos Reyes Magos

“Queridos Reyes Magos…”. Era la enésima carta que leía escrita con una caligrafía torpe, delatora de la escasa edad del remitente. En la misiva abundaban tanto las peticiones como las faltas de ortografía. Atrás había quedado aquella premisa de penalizar a cada niño con un regalo menos por cada incorrección cometida; en la última década, algunos se hubiesen quedado sin presentes hasta alcanzar, como mínimo, la mayoría de edad.

Introdujo el nombre del solicitante en su base de datos y esta confesó la lista anual de bondades y maldades del angelito. No estaba tan mal a pesar de todo, aunque el haberle quemado el rabo al gato de la vecina le restaba, según las normas, la anhelada consola. No obstante, no sufriría tanto por ello, ya que el año anterior había recibido otra.
La máquina vomitó por el conducto de salida los regalos debidamente empaquetados con el nombre y la dirección del receptor para que, como en épocas precedentes, no se cometiesen absurdos errores que provocaran el llanto desconsolado de los pequeños clientes y el consiguiente disgusto de sus progenitores.
Desde que se había mecanizado el sector, habían desaparecido los pajes reales. ¿Para qué emplear a tantos ayudantes que exigían contrato, alta en la seguridad social, vacaciones pagadas y bajas por enfermedad? Las máquinas no precisaban nada de eso y ni siquiera se quejaban del duro trabajo en la temporada alta.
Sin embargo, él no pensaba así. Recordaba con una sonrisa aquellos años en que los niños humildes se regocijaban al recibir de regalo una naranja o un muñeco de trapo, en los que un caramelo era una joya y la gente miraba el cielo con ilusión escrutando la brillante estrella que los anunciaba.
Con el tiempo, la situación económica mejoró y con ella las expectativas. Los niños dejaron de pedir y empezaron a exigir; los padres consentían los mil y un caprichos de sus pequeños, que, colmados de todo, no valoraban nada. Las cabalgatas de Reyes se volvieron fastuosas y se llenaron de seres de todo pelaje que lanzaban caramelos a miles, hasta que estos fueron censurados por las ordenanzas municipales.
Empezaron a surgir las quejas por doquier: que si el reparto era lento e ineficiente, que si en las sagradas escrituras no se especificaba que los Reyes fuesen tres, que si lo de desplazarse en camello era falso, que si era racista que hubiese dos blancos y un solo negro, que no cumplían las normas de paridad entre hombres y mujeres…
La gente se volvió ingrata con quienes tanta magia habían repartido durante siglos.
El primero en claudicar fue Melchor, que se acogió sin dudarlo a un ERE que le reportaba una jugosa pensión. Baltasar siguió sus pasos harto de ser suplantado por quienes teñían su cara y hablaban con el acento de los esclavos de “Lo que el viento se llevó”. Solo quedaba Gaspar, cuyo entusiasmo expiraba lentamente. Levantó la cabeza, miró la pantalla y una idea cruzó su mente: ¿Qué pasaría si él también abandonase su trabajo hoy, 5 de enero?
Y el mundo quedó en suspenso.

© Erminda Pérez Gil
#CuentosdeNavidad


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