martes, 8 de noviembre de 2016

Tenemos que hablar de Kevin

    Rousseau defendía en 1762 en su Emilio, o de la Educación (obra ilustrada que ayudaría al desarrollo de la pedagogía moderna) que el ser humano está orientado naturalmente para el bien, pues nace bueno y libre, pero la educación tradicional oprime y destruye esa naturaleza y la sociedad acaba por corromperlo. 
      En 2005 Lionel Shriver (Gastonia, Carolina del Norte, EEUU, 1957) cuestionó estos principios con su séptima novela, Tenemos que hablar de Kevin, por la que obtuvo el Premio Orange de ficción, y que fue llevada al cine en 2011 por Lynne Ramsay. En el libro, que llegaría dos años después a las librerías española a través de Anagrama, se plantea la importancia de las características innatas y de la experiencia personal del individuo a la hora de formar su carácter. 
     En esta obra, escrita de forma epistolar, Eva Katchadourian redacta frecuentes cartas a su marido Franklin, a quien echa de menos y añora al no estar ya juntos. A través de esas misivas intenta analizar el desarrollo de su vida como pareja desde que empezaron a estar juntos hasta el 8 de abril de 1999, día en el que su hijo Kevin asesinó a nueve personas en el instituto en el que estudiaba.
     Eva, una mujer aventurera que ha viajado por todo el mundo y que es propietaria de una editorial, lleva una vida desahogada y feliz junto a su marido Franklin, de quien está profundamente enamorada. Cuando se acerca a los cuarenta años, empieza a plantearse la maternidad como una posibilidad que se va agotando. Con poca ilusión y sin tener demasiado claro que realmente tenga vocación para criar a un vástago, se queda embarazada, lo que llena de regocijo a su esposo. Sin embargo, a partir de ese momento surgirán las fricciones entre la pareja, pues desde el primer momento a Eva le parece que su marido está más preocupado por el bienestar de la criatura que por el de la madre, lo que le hará replantearse su estado.
     Al dar a luz, el niño rechaza inmediatamente a la madre, de quien no quiere catar ni siquiera su pecho, y se acurruca en los brazos de su entusiasmado padre. Este desapego inicial de la criatura provoca que la madre se sienta a su vez distanciada de su bebé, quien llora a chillido limpio durante horas, hasta que su padre regresa a casa. Las cosas no mejoran con el tiempo y las niñeras no son capaces de soportar a un niño que rechaza cualquier afecto o acercamiento. Las discusiones entre los progenitores no tardarán en surgir, pues Eva es crítica con la conducta de su hijo, mientras que Franklin lo justifica y lo complace en todo. La madre, que observa al niño desde una perspectiva más distante, ve actitudes en él que resultan extrañas y nocivas para su edad, pero choca contra la resistencia de su marido cuando intenta compartirlas con él; este incluso llega a acusarla de ser una mala madre y de tener celos patológicos hacia su descendiente.
     A medida que el pequeño Kevin va creciendo, los conflictos se multiplican en su hogar, sobre todo por el desacuerdo entre sus padres en torno a los sucesos relacionados con él. Para paliar su minoría, pues en las luchas caseras siempre son dos contra una, Eva decide quedarse embarazada de nuevo, aunque no cuenta con el beneplácito de su marido. El nacimiento de una dulce niña, a la que llamarán Celia, separará aún más a la pareja, ya que Franklin considera que su mujer odia a su primogénito y lo ha hecho por venganza. Ni que decir tiene que el chico manifestará su desagrado inmediatamente y lo dejará patente siempre que le sea posible.
     Ya en la adolescencia, la madre es consciente de que Kevin es un gran actor que interpreta a la perfección el papel de buen hijo con su padre y de alumno distraído y poco eficiente ante sus profesores, pero que, tras esa máscara, se oculta un ser malintencionado y cínico que utiliza a los demás y se burla continuamente de todos los que lo rodean.
    Tras el asesinato múltiple, será cuestionado y juzgado públicamente el papel educativo de la madre, a quien se la acusa de dejación de sus funciones y de haber trastornado el carácter de su hijo. Mientras, ella se plantea continuamente qué parte de culpa tuvo en todo ese asunto, si su falta de animosidad a la hora de ser madre pudo haberle sido transmitida a la criatura durante el embarazo o si está exonerada de toda responsabilidad. 
     Al concluir la novela, en la que se citan numerosos casos reales de asesinatos múltiples llevados a cabo por adolescentes norteamericanos de clase media-alta, y tras conocer a Kevin Katchadourian, nos replanteamos el dilema. ¿El hombre es bueno por naturaleza, o ya desde su nacimiento viene marcada su forma de ser y su perversidad? 




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