domingo, 27 de noviembre de 2016

Deshojando margaritas

Desde niña, siempre fue una romántica que deshojaba margaritas. La educaron con los cuentos de muchachas inocentes salvadas por valerosos príncipes azules. La enseñaron a dibujar corazones perfectos en los que encerrar iniciales apasionadas. La adiestraron para que fuera sensible, tierna y delicada como un lirio. La prepararon para demostrar la inevitable fragilidad de la condición femenina. La instruyeron para que fuese la perfecta casada: maternal y abnegada con sus hijos, amante y fiel esposa de un marido al que debía obedecer y nunca cuestionar.  La ilustraron en las artes del ama de casa: sabía coser, sabía bordar y sabía, ante todo, callar. La aleccionaron para ser dócil, sumisa y guardar las apariencias; lo que ocurría dentro del hogar era secreto y se debía quedar rebotando como un eco entre sus paredes. La amaestraron así para tener una vida plena de mujer feliz.
Hoy ha cogido de nuevo una margarita y ha ido arrancando uno a uno sus delicados pétalos buscando respuesta a la eterna pregunta. “Me quiere… controlar para que haga siempre lo que él desea. No me quiere… dejar hablar para dar mi opinión. Me quiere… manipular y hacerme creer que soy la culpable de todo lo que pasa. No me quiere… permitir salir sola de casa, pues sospecha que algo busco por ahí. Me quiere… dominar como a un animal enjaulado. No me quiere… ver sonreír porque así me burlo de sus problemas. Me quiere… golpear cada vez que regresa a casa enfadado o algo le ha salido mal. No me quiere… consentir que me separe de él. Me quiere… matar si lo denuncio o lo acuso de malos tratos. No me quiere…”
El último pétalo solitario evidencia una realidad que le cuesta aceptar porque ha sido criada para aguantar y sufrir. Ha soportado demasiados años de humillaciones y golpes por amor, por sus hijos, por no herir a sus padres, por miedo al futuro, por no tener adónde ir, por el qué dirán, por falta de iniciativa, por tener las alas rotas y el alma acongojada... Siempre ha pensado en los demás antes que en ella misma. Al fin y al cabo, siente que vale tan poco…
Se quita la bolsa de hielo que intenta contener los efectos del último puñetazo que impactó en su cara. Ya no llora, las lágrimas se agotaron hace tiempo. Respira profundamente y piensa que a lo mejor ya está bien de aguantar, de ser lo que los demás quieren que sea, de seguir los dictados de una educación conservadora que la martiriza, y que quizá haya llegado la hora de romper los límites y saltar al vacío a ver qué pasa.
Las manos le tiemblan. Coge el teléfono despacio y marca sólo tres números que abren el camino a su libertad: 0 1 6.


© Erminda Pérez Gil, 2016
#historiasdesuperación


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