lunes, 16 de enero de 2017

Historia de dos ciudades

     «Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.»

    Con este conocido párrafo Charles Dickens dio comienzo a Historia de dos ciudades, novela publicada por entregas semanales en 1859 en la revista literaria All the year round que el propio Dickens había fundado.
     Las dos ciudades a las que hace referencia el título son Londres y París, lugares en los que se desarrollan la mayoría de los acontecimientos narrados, y, por ende, hacen alusión a sus respectivos países (Reino Unido y Francia). El autor los opone como representativos de la paz y el equilibrio social el primero, y el caos y el desconcierto el segundo. Pero, ¿a qué se debe esta marcada confrontación?
     Dickens inicia el relato en 1775 exponiendo la situación de ambos países en esos años. En el entramado social francés se va fraguando un rechazo a las instituciones nobiliarias y al antiguo régimen, que usa y abusa de las clases no privilegiadas a su antojo, deshumanizando a quienes catorce años después se alzarán sin piedad contra esa minoría dominante.
    En medio de estos violentos cambios se mueven una serie de personajes (algunos de ellos franceses, otros ingleses), que reflejan el abanico social: gentes de clase baja, burgueses, nobles... En ellos descubriremos las conductas más humanas y las más crueles, pues veremos avanzar los sentimientos de algunos hacia el perdón y la compasión y otros hacia el odio y la incomprensión más profundos.
      El momento álgido de la novela, que está trufada de intrigas y malentendidos de distinto tipo, se produce en 1792 en plena época del terror, cuando una vida nada valía y cualquiera podía erigirse como denunciante, juez o parte, y la guillotina segaba a diario decenas de vidas como si de un espectáculo de farándula se tratase. Nadie está libre de caer en las redes de la perversidad, el odio y la maldad, y escapar de esa tela de espanto tejida deprisa por seres abyectos no será nada fácil.
     Tras leer esta historia, que, como suele suceder en Dickens, posee un final feliz a pesar de las dificultades presentadas previamente, uno se plantea hasta qué punto en la actualidad se han superado los primitivos odios instintivos del pasado. Es probable que si en el momento presente un grupo social numeroso accediera al poder de manera más o menos violenta intentaría saciar su sed de venganza con el derramamiento indiscriminado de sangre ajena, sin importar demasiado los motivos ni porqués. De la misma manera que la guillotina caía bajo el grito de Libertad, Igualdad y Fraternidad... o Muerte, ahora rodarían cabezas con la excusa de cualquier otro lema absurdo. Y Charles Dickens se plantearía de qué sirvió escribir una laboriosa novela en la que llamaba la atención y denunciaba la desproporción del desorden y el caos más absolutos.

1 comentario:

  1. Fue una de mis lecturas favoritas de jovencillo y la repasé el año pasado. Me interesaba la forma en que supo ir cambiando la trama en la medida en que le llegaba el parecer de sus lectores, dado que fue publicada por episodios. Consiguió hacerlo sin que se noten demasiadas arrugas de la estructura de la obra. Magnífica en todo caso.

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