martes, 3 de enero de 2017

Patria

     El conflicto armado sufrido en el País Vasco a manos de la banda terrorista ETA, y apoyado por sectores políticos de la izquierda abertzale, es el marco en el que se desarrolla Patria, la última novela de Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), publicada por Tusquets en 2016.
      La historia, dividida en 125 capítulos breves, frisa las seiscientas páginas. En ella se nos relata la vida de dos familias estrechamente unidas, que se ven distanciadas por motivos ideológicos durante la época de máximo apogeo del terrorismo etarra. Como no podía ser de otra manera, los protagonistas habitan en un pequeño pueblo en el que todos se conocen, todo se sabe, todo se encubre y todo se señala, por lo que se ven inmersos en un ostracismo que no alcanza las zonas más cosmopolitas. Ante la acechanza de los nacionalistas, la vida se convierte en un aceptar las normas que ellos imponen o arriesgarse a morir.
    Los hechos narrados se desarrollan a lo largo de más de tres décadas, por lo que vemos evolucionar a los personajes. Observamos cómo algunos son captados por la banda mediante panfletos o discursos grandilocuentes que engatusan a los más jóvenes hasta hacerlos caer en sus redes; otros disimulan su falta de convicción acudiendo a actos políticos para ser vistos y no caer en desgracia; los hay que se desvinculan abiertamente, eso sí, en voz baja y a ser posible mudándose a otra ciudad; y, cómo no, existen aquellos sobre los que cae el aparato militar y social mediante acoso, extorsión y balas. Resulta llamativo el cambio de perspectiva social que se produce en la comunidad vasca con la llegada de la inactividad armada de la banda, en la que las víctimas pasan a ser vengadores, y los asesinos se convierten en pobres víctimas de los supervivientes.
     Desde el punto de vista técnico, llaman la atención los cambios de perspectiva narrativa, pues pasa en la misma oración, sin ningún tipo de aviso, de un narrador omnisciente en tercera persona a la voz en primera de alguno de los personajes. Por otra parte, se producen continuos saltos en el tiempo; los capítulos no siguen un orden cronológico, sino que nos van dejando fragmentos de vidas a modo de piezas de un puzle que el lector ha de completar para formar el cuadro final de los hechos. Además, el autor tiene la maestría de dotar a los personajes del habla que les corresponde según su formación o conocimientos, empleando vulgarismos o coloquialismos en boca de quienes así se expresarían en la vida real. Por supuesto, también nos encontramos con numerosos términos vascos que se emplean en el habla cotidiana o que se identifican con el movimiento independentista. Eso sí, esta amalgama de elementos no dificulta en absoluto la comprensión de la novela para el lector, pues resulta sencillo y adictivo ir desentrañando capítulos y descubriendo nuevos aspectos de la trama.  
     En ningún caso Aramburu pretende hacer apología de nada en su obra; simplemente novela unos hechos ficticios, pero verosímiles, que podrían haber acaecido en cualquier pueblo vasco durante los años negros. Además, mezcla el producto de su invención con sucesos reales que le aportan un grado más de realismo a lo narrado y hacen más cercana la historia al lector, que puede seguir con mayor facilidad la cronología de los acontecimientos.
     La novela, en tal caso, transmite un hálito de esperanza y la voluntad de perdonar y buscar el perdón en una sociedad que se vio teñida de miedo y sangre por los ideales nacionalistas de quienes manipulaban con la fuerza y la opresión.


2 comentarios:

  1. Excelente reseña, de un autor que si es imparcial puede hacer mucho bien. Tengo familia vasca con alguno de esos problemas. Reales como la vida misma.

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  2. Gracias, Francisco. Confiemos en que la razón venza a la sinrazón del odio.

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