Al ver el rayo de luz que atravesaba el cielo, el mago, versado en astronomía, entendió que era la señal indicada y
siguió su estela. En el camino se encontró con otros dos magos de distintas
razas que habían leído las mismas profecías y perseguían similar propósito. Los
tres avanzaron juntos en sus camellos hasta el lugar donde el astro había
caído.
Lo que encontraron al llegar al
lugar que les señaló la luz quedó recogido en un documento que no pudo ser leído
hasta varios siglos después al hallarse escrito en una lengua desconocida. Asimismo,
el contenido de este resultaba tan críptico e inexplicable, que hasta que la
ciencia no ha podido demostrar su veracidad, este ha permanecido oculto para la
humanidad hasta el día de hoy, en que nos ha sido revelado.El 1 de abril de 2078 la nave Prometeo inició su viaje interestelar en busca de la quinta dimensión. La finalidad era atravesar el espacio hasta penetrar en un puente Einstein-Rosen que los científicos habían detectado por el que saltar en el tiempo y confirmar o desmentir episodios de nuestra historia sin interferir en ellos. Yo fui la encargada de pilotar una cápsula cuyas reducidas dimensiones no permitían más de un ocupante. El peligro de la misión fue otro de los motivos por los que fui enviada sola; había que minimizar las bajas.
La noche antes me despedí de mi
pareja sin darle demasiados detalles del viaje, pues era alto secreto. Estaba
ilusionada con mi cometido, me había preparado concienzudamente y no quería
meter la pata. Sin embargo, a veces cometemos pequeños errores involuntarios y
las cosas se tuercen irremediablemente.
El viaje se alargó más de lo previsto.
El agujero de gusano parecía desplazarse y tardé meses en alcanzar mi objetivo
y cruzarlo. Durante ese tiempo, algo imprevisto se fue fraguando dentro de mí y me resultó imposible evitarlo por mí misma.
A la par, creció el miedo, pues estaba sola y no tenía quien me ayudase cuando
llegara el momento. Y llegó.
Las coordenadas no eran las
correctas, ni espaciales ni temporales, pero cuando todo empezó no pude
controlar la nave y esta cayó en un descenso vertiginoso hacia la tierra
ignota. Ni siquiera el ordenador de a bordo pudo minimizar los daños provocados
por un aterrizaje imprevisto, aunque las medidas de seguridad con que contaba
me salvaron la vida.
Mis gritos de dolor desgarraron la
noche. No se veía ninguna luz cercana ni a nadie en los alrededores, hasta que
un desconocido se inclinó asustado dentro de la cápsula. Al ver mi desesperada
situación, me auxilió lo mejor que pudo y logró frenar la hemorragia que se me
escurría entre las piernas. De allí salió un bebé.
Creo que el agotamiento me hizo
dormir durante un largo tiempo. Al despertar, el hombre, vestido con una basta
túnica oscura, había acomodado al bebé en una improvisada cuna que había
confeccionado él mismo con unas maderas que cargaba a lomos de sus bestias y la
había colocado en el interior de la dañada nave para aislarlo del frío nocturno.
Además, había cubierto el interior de la cápsula con paja y unas telas para
hacerla más acogedora y disimular su rareza, presumo. Me hablaba en arameo y yo
le contestaba con breves palabras que había aprendido durante mis clases de
adiestramiento en idiomas.
Poco después comenzaron a llegar algunos
curiosos quienes, al verme recién parida acunando a un bebé en semejante
recinto, se apiadaron de nosotros y nos trajeron alimentos y agua. Unos días
después, se recortaron en el horizonte las figuras de tres camellos montados
por tres curiosos hombres que se arrodillaron ante nosotros porque, según ellos, habíamos
venido de las estrellas tal y como anunciaban los textos antiguos, o algo así creí entender. Tuve miedo de que las
personas que nos rodeaban nos tomaran por extraterrestres, alienígenas
invasores que veníamos a acabar con la raza humana, pero no fue así. Todos nos
trataban con respeto, como si fuésemos especiales y tuviésemos un objetivo marcado
en esta vida.
En ese momento me di cuenta de que
había incumplido la principal regla: no debía alterar el pasado; sin
pretenderlo lo había hecho y ya no había vuelta atrás.
Para evitar murmuraciones, el
hombre que me auxilió, un carpintero muy diestro llamado José, me compró ropas
adecuadas, me llama María porque no entiende mi verdadero nombre, y se ha hecho
pasar por mi esposo, aunque el niño, de piel pálida, no se parece en nada a él
y sí a mi pareja, a quien nunca volveré a ver, pues en esta época no hay piezas
para reparar a Prometeo.
Por eso quiero dejar escrito este
documento, para que si alguien lo lee en el futuro pueda hacérselo llegar a mi
empresa y a mi familia. Fracasé en mi viaje, me es imposible volver, pero
espero que mi presencia no altere el devenir de la historia. Al fin y al cabo,
solo tuve un niño, y nacen muchos cada día. Lo que me tiene preocupada son las
palabras de los tres magos, quienes llamaban a mi pequeño Jesús “el elegido”.
La comandante de vuelo de la nave
Prometeo, 079137
© Erminda Pérez Gil
#cuentosdeNavidad
Me ha gustado el relato y apuesto que a Philip K. Dick tambieb le hubiera molado.
ResponderEliminar¡Ojalá! Gracias.
Eliminar