sábado, 19 de agosto de 2023

Qué verde era mi monte

     Me crie en un pueblo del norte de Tenerife rodeado de monte. De niña hacíamos casetas entre los pinos y jugábamos a indios y vaqueros por las laderas. Los viernes por la tarde los maestros nos llevaban a corretear al Monte Frío y, al terminar el curso, todo el colegio iba de excursión a El Lagar, una zona recreativa inserta en la corona forestal. Poco después, el monte se convirtió en mi pista de entrenamiento en la que corría tranquila entre la brisa que mecía los pinos y el golpeteo de los pájaros en los troncos. El monte, ya ven, forma parte de mi vida.
    La noche del miércoles 15 de agosto se originó un incendio en la zona boscosa de Arafo que sigue devorando la isla con un apetito feroz. Tras alcanzar el mismo miércoles los municipios limítrofes de Candelaria y Güímar, siguió avanzando hasta El Rosario, coronó la escarpada ladera y se lanzó hacia la vertiente norte, donde ahora mismo camina sin control por las zonas altas de Tacoronte, El Sauzal, La Matanza, La Victoria, Santa Úrsula y La Orotava. Los desalojos de viviendas y animales son inevitables, en muchos municipios las zonas habitadas están muy cercanas al monte. Aún no ha alcanzado mi pueblo, pero siento la desgracia como si fuera mía.
    Casi una veintena de medios aéreos y cientos de bomberos, brigadas forestales y militares de la UME luchan sin descanso para contener el fuego que hasta ahora ha calcinado cinco mil hectáreas. El terreno es escarpado y complejo, lo que impide llegar por tierra hasta algunos puntos calientes que solo se pueden combatir desde el aire. Muchos tinerfeños se han ofrecido para ayudar a transportar animales o colaborar en lo que sea necesario. Todos queremos que el infierno se detenga.
    No es el primer incendio que sufre la isla, desde luego, pero tal vez sea uno de los más devastadores de las últimas décadas. El primero que recuerdo lo viví siendo muy pequeña. Mi recuerdo es vago, solo sé que ardía mi pueblo, que mis padres nos dejaron en la casa de unos vecinos y se lanzaron con su Land Rover al monte para llevar personal, comida y agua a quienes intentaban sofocar las llamas. Eran otros tiempos, los medios eran escasos, los profesionales pocos y se trabajaba con voluntarios sin ningún tipo de protección que defendían su entorno con sachos y hoces. Todos ellos conocían el monte como la palma de su mano, no en vano durante años recorrieron los senderos para coger leña y pinocho con los que cocinar en las casas o vender para ganar bien poco. Eran otros tiempos, la pérdida fue enorme, pero se recuperó la vegetación. 
    En las décadas siguientes se sucedieron los incendios en distintos puntos de la corona forestal. En 2001 nuestro barrio fue desalojado, el fuego rodeó las viviendas, pero no las calcinó; nuestros animales sobrevivieron. Otras veces, no ha habido tanta suerte, como en el incendio de La Montañeta, en el que ardieron numerosas casas y murieron animales de granja. Recuerdo una noche que pasé en la azotea de casa observando cómo el fuego descendía pino a pino y se acercaba a nosotros. Quien lo ha vivido de cerca sabe lo angustioso que es.
    En la mayoría de ocasiones podemos salvar a las personas y sus animales domésticos o de granja, pero quedan desvalidos los animales silvestres que habitan los montes, esos no tienen cómo huir de las llamas. Perdemos flora, pero también una fauna silenciosa que perece entre las llamas.
    Los medios han ido mejorando, pero nos seguimos quejando de lo mismo: falta de previsión de medios, de prevención. Los técnicos manifiestan su punto de vista, pero muchos difieren sin escuchar sus porqués. Hay un factor ambiental contra el que no se puede luchar: el clima; las altas temperaturas, la falta de humedad, los vientos entorpecen la labor de los equipos de extinción. Aun así, debemos analizar los errores pasados para evitar los futuros, examinar qué nos falta y dedicar todos los recursos económicos, materiales y humanos necesarios para que nuestros montes sigan vivos y podamos convivir con ellos. Este incendio está en marcha, pero podemos evitar que vuelva a suceder y debemos exigir que así sea. 
    Mientras escribo estas líneas el fuego avanza hacia Los Realejos, donde se acaban de ordenar desalojos. No sabemos qué sucederá las próximas horas ni los próximos días. Solo podemos sentir impotencia por no poder frenar el desastre y un enorme agradecimiento a quienes estos días y ahora mismo se enfrentan a las llamas por nosotros. 
    Una estampa de ceniza y silencio se dibuja en la corona forestal. El futuro inmediato será recuperar el verdor y la vida de nuestra tierra para que no tengamos que rememorar con tristeza qué verde era mi monte. Lo lograremos.



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