En breve empezarán de nuevo. Todas
las tardes el mismo incordio: alguien pondrá música muy alta, otros se asomarán
a sus balcones o ventanas y empezarán a aplaudir hasta que les ardan las palmas
de las manos. Y mientras, se escucharán sirenas a lo lejos alimentando el
jolgorio. Y yo me pregunto, ¿qué diantres tienen que celebrar?
Los odio a todos. Odio a los que
ponen música, a los que aplauden y a los que hacen sonar sus sirenas. Odio a
los que impusieron el confinamiento forzoso de la población en sus casas, a
quienes dejan a la gente aislada sin posibilidad de reunirse, de encontrarse
con amigos o amantes semana tras semana; sí, porque primero fueron quince días, luego
lo alargaron un mes y ahora, ¡ahora ya ni se sabe hasta cuándo estarán sin
pisar las aceras! Y claro, odio a los que vigilan las calles para que nadie ronde
por ellas sin motivo y multan a los que se saltan la norma. ¡No hay derecho!
Odio que los que trabajan en las
tiendas de alimentación vayan tan bien protegidos, con sus guantes y sus
mascarillas. Son unos auténticos cobardes. Qué más da tocar las cosas y hablar
con la gente. Si es que ya nos estamos deshumanizando al ser tan asépticos y
limpitos. Y odio también a quienes se empeñan en utilizar litros y litros de
apestosa lejía para fregarlo todo y a quienes están dale que te pego con sus máquinas de coser
confeccionando mascarillas caseras.
Pero por encima de todos ellos, a
quienes más odio es a esos sanitarios que se pasan horas y horas en los
hospitales cuidando a los contagiados, luchando por salvar vidas arriesgando
las suyas. ¡Qué necesidad tienen! Déjenlos así, que para eso es la vida, para
perderla. Igual que quienes empuñan los carros de la limpieza y van por ahí
desinfectando hasta el último resquicio de los centros de salud. ¿Y qué me
dicen de las residencias de ancianos? La misma historia altruista.
Así no se puede vivir, me tienen
hasta la coronilla. Lo único que quiero es trabajar, cumplir mi objetivo, alcanzar mi
meta y marcharme, pero no me dejan. Surgí para extenderme, contagiar
a toda la población y diezmarla en poco tiempo. Están acabando conmigo y como esto siga así voy a tener que mudarme a otra parte. Si no, ¿para qué sirve entonces ser un virus letal?
© Erminda Pérez Gil
#Nuestroshéroes
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Relato premiado en el concurso de historias sobre Nuestros Héroes convocado por Zenda Libros:
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