miércoles, 22 de abril de 2020

Abril con Tristana

      El confinamiento en casa ha reducido notablemente el acceso a la cultura de todos los ciudadanos. Al no poder salir y estar los establecimientos cerrados, no se puede acudir a bibliotecas o librerías para hacerse con algún ejemplar, y solo nos queda el acceso digital. Así pues, al contar con limitados recursos galdosianos, este mes solo he podido leer una novela del escritor canario, cuyo título es muy representativo: Tristana.

      Tristana fue publicada en 1892 y pertenece a las espiritualistas dentro del grupo de las novelas españolas contemporáneas. Esta obra, que tuvo que ser revolucionaria en su época, trata un tema muy actual, la emancipación de la mujer, la búsqueda de su libertad y el deseo de romper las convenciones y ser independiente.
      Tristana es una muchacha hermosa e inocente que es recogida tras la muerte de sus padres por un amigo de estos, don Juan López Garrido, más conocido como don Lope, quien tiene fama y vida de hombre disoluto. Ya pasada la cincuentena, sigue soltero y presume de sus conquistas: es el don Juan, el marqués de Bradomín, el seductor Mañara de Galdós. La niña, algo tímida al principio, pierde la virtud y la honra a manos de su protector, quien al envejecer se vuelve posesivo y celoso. La joven conoce y se enamora perdidamente de Horacio Díaz, un pintor que la corresponde, y ella, sin nada que perder ya, se entrega a él. Horacio, al conocer su situación, le ofrece la seguridad del matrimonio, pues la ama y desea rehabilitarla socialmente; sin embargo, ella rechaza su ofrecimiento porque desea trabajar y ser libre en lugar de someterse al yugo masculino y la tradición.
      El pintor se ve obligado a trasladarse a su pueblo y mantiene con Tristana una apasionada correspondencia llena de promesas vanas. La muchacha enferma gravemente y le es amputada una pierna. Horacio regresa a Madrid para visitarla, pero sus deseos no son ya los mismos y sus ilusiones se han desvanecido. Se produce un paulatino alejamiento entre los amantes hasta que él desaparece y se casa con otra. Don Lope, que se ha arruinado por satisfacer las necesidades de Tristana, termina ofreciéndole lo único que a esas alturas la puede ayudar, una salida honrosa.
      La novela termina con una idea que plantea la reflexión en el lector: «¿Eran felices uno y otro?... Tal vez.»
      El personaje de Tristana es revolucionario, novedoso en su momento, una mujer que quiere romper con las convenciones y no atarse a un hombre. Así lo manifiesta: «Yo quiero vivir, ver mundo y enterarme de por qué y para qué nos han traído a esta tierra en que estamos. Y quiero vivir y ser libre.»
      Sin embargo, como ya le advierte Saturna, la criada de don Lope, ese camino no es fácil para una mujer del momento: «Libertad, tiene razón la señorita, libertad, aunque esta palabra no suena bien en boca de mujeres. ¿Sabe usted cómo llaman a as que sacan los pies del plato? Pues las llaman, por buen nombre, libres. De consiguiente, si ha de haber un poco de reputación, es preciso que haya dos pocos de esclavitud.»
      Resulta curioso, además, el inicio de la obra, pues emula el principio de novela más conocido de la historia, el del Quijote: «En el populoso barrio de Chamberí, más cerca del Depósito de Aguas que de Cuatro Caminos, vivía, no ha muchos años un hidalgo de buena estampa y nombre peregrino; no aposentado en casa solariega...».
      Además, don Lope (cuyo nombre nos recuerda, cómo no, al licencioso poeta barroco), es descrito de manera similar a don Alonso Quijano: «...tan bien caía en su cara enjuta, de líneas firmes y nobles, tan buen acomodo hacía el nombre con la espigada tiesura del cuerpo, con la nariz de caballete, con su despejada frente y sus ojos vivísimos, con el mostacho entrecano y la perilla corta, tiesa y provocativa [...]. La edad del hidalgo [...] los cincuenta y siete.»
      La modernidad de Galdós y su espíritu progresista destaca en esta novela, cuyo personaje femenino se adelanta en sus ideas a su tiempo; no obstante, como bien había sufrido el escritor en sus continuas reivindicaciones, la realidad se opone a las novedades y los cambios y se termina imponiendo la tradición.
      Don Benito se sentiría satisfecho si, cien años después de su muerte, viera que las tristanas actuales pueden cumplir sus metas e incluso llegar más allá de lo que él se había planteado. Al menos en nuestra sociedad; en otras, es otra historia.

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