martes, 12 de mayo de 2020

Guerra y paz

      Desde hace muchos años sentía curiosidad por leer Guerra y paz; sin embargo, no había tenido la serenidad o el tiempo suficiente para enfrentarme a esta extensa novela que muchos rechazan por su longitud y otros por la pormenorizada descripción de sus combates (Tolstói visitó en 1867 Borodinó para trazar los movimientos de la batalla). El periodo de confinamiento obligatorio resultó ser el momento adecuado para entregarme a una obra que contiene mucho más que guerras y paz.

      Cuando Lev Tolstói (1828-1910) escribió Guerra y paz atravesaba una etapa de felicidad personal y familiar que propiciaron la redacción de esta historia; años después, sus contradicciones vitales lo conducirían a la angustia y la desesperación.
      Las dos primeras partes de la obra aparecieron publicadas por fascículos en la revista Ruski Viéstnik durante dos años a partir de enero de 1865, pero esta no fue editada al completo hasta 1869 bajo el título original Voina I mir.
      Tolstói relata en estas páginas un periodo fundamental de la historia de su país: la alianza rusa con el imperio austriaco para frenar el avance del ejército francés y la posterior invasión napoleónica de Rusia. No obstante, este marco histórico le sirve al escritor como excusa para verter en él su visión de la sociedad, los caracteres y las costumbres de sus conciudadanos, a la vez que sus reflexiones sobre la vida, el honor y el amor. Porque si hay un motor que mueva el mundo es ese, el amor, y Tolstói así lo refleja en su novela: el amor a la patria, el amor al poder, el amor a las costumbres, el amor a la familia o a la tierra, el amor al dinero, el amor a Dios, el amor a una persona; en definitiva, el amor como pasión, equilibrio o desvelo.
      La trama, dividida en siete partes, se inicia en julio de 1805 con una reunión social en el salón de Anna Pávlova Scherer, una conocida dama que solo recibe a los más selectos representantes de la sociedad de San Petersburgo, y concluye en el verano de 1813.
      Durante este periodo de ocho años se mezclan las personas reales (Napoleón, el emperador Alejandro I de Rusia o el general Kutúzov) con los personajes ficticios, que se agrupan, en su mayoría en cuatro familias: los Rostov, los Bolkonsky, los Bezújov y los Kuraguin. Entre ellos se establecerán distintas relaciones y se vincularán además otros personajes. Entre la miríada de seres que habitan la novela destacan el príncipe Andrei Bolkonsky, quien simboliza el honor y los valores positivos; Pierre Bezújov, un hijo bastardo torpe y poco apreciado que mutará al recibir la sustanciosa herencia de su padre; y Natasha Rostov, la jovencita alegre y enamoradiza que a todos cautiva con su inocencia.
      Tolstói no idealiza a ningún personaje, sino que, a pesar de que puedan realizar actos heroicos o admirables, muestra siempre el lado humano de cada uno de ellos. Se atreve a humanizar al emperador Alejandro I al dibujarlo solo y aturdido en una campiña tras perder su ejército una batalla, al mostrar su incapacidad y su indolencia para dominar una situación que exige firmeza y temple. A Napoleón lo exalta al inicio de la obra a través de las palabras de Pierre, pero lo desmitifica y empequeñece con la visión que tiene de él el príncipe Andréi al ser herido en Austerlitz. Obra igual con los personajes de ficción, que cometen errores y se dejan arrastrar por sus propias pasiones sin medir las consecuencias.
      El escritor ruso, como en sus otras obras, ofrece una visión analítica de la sociedad rusa, tanto de la nobleza como de los campesinos. Muestra actitudes honorables, pero también personajes interesados, codiciosos y perversos al margen de su condición social. Y refleja costumbres rusas de la época como la servidumbre de los campesinos, el juego y las apuestas, el alcohol, los matrimonios por interés, la falsedad y la hipocresía, el derroche de las clases altas, el excesivo idealismo religioso, el cumplimiento de las normas sociales...
      El abanico de seres es tan amplio que logramos identificarnos o admirar a algunos personajes y nos indignamos y odiamos a otros. Sus reacciones son tan humanas que en ocasiones quisiéramos entrar en las páginas e interactuar con alguno de ellos dándole ánimos o regañándolo por su conducta.
      En la novela hay guerra; Tolstói describe las grandes batallas en las que se enfrenta el ejército ruso contra los soldados de Napoleón: la batalla de Schöngrabern, en la que vencen las tropas ruso-austríacas; la batalla de Austerlitz, una de las victorias históricas de Napoleón; la batalla de Borodinó, en la que se retiró el ejército ruso, pero que supuso una victoria pírrica para los franceses; y la tortuosa retirada del ejército francés de Moscú y del territorio ruso.
     Pero en esas guerras siempre asoma la paz, y esta viene de la mano del amor, porque la historia está llena de relaciones amorosas, de noviazgos, de promesas, de casamientos y rupturas que ofrecen vida entre tanta muerte estéril.
      Esa guerra y esa paz no son solo el periodo que comprende los conflictos armados y el tiempo que transcurre entre ellos, sino, en un sentido más amplio, la guerra y la paz, el conflicto interno que se produce en cada ser humano al ir buscando su camino, los momentos duros y los momentos dulces que todos vivimos y en los que, por nuestro propio bien, debe vencer la paz como sucede en la propia novela.
      Tolstói vivió esa lucha interna y comprendía el conflicto, por ello nos legó a través de sus palabras una de las mejores obras de la literatura universal. 



      

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