domingo, 28 de diciembre de 2025

El mundo de ayer. Memorias de Stefan Zweig

     Stefan Zweig (Viena, 1881- Petrópolis, Brasil, 1942) fue uno de los grandes escritores europeos de la primera mitad del siglo XX. Aunque nació y creció en Austria, el origen judío de su familia provocó que sufriera la persecución y ostracismo nazis a partir de la subida al poder de Hitler en 1933. El desencanto ante el exilio y la devenir de la Segunda Guerra Mundial lo sumieron en una profunda tristeza que culminó con el suicidio. La desesperanza al no ver un futuro distinto al presente que lo horrorizaba acabó con su vida.
    Su legado literario es amplio. Se inició con la poesía con una primera publicación juvenil, escribió relatos, obras de teatro, libretos de ópera junto a Strauss y artículos periodísticos; pero tal vez sea más conocido como ensayista, biógrafo o novelista. Sus obras más conocidas son Carta de una desconocida (1922), Momentos estelares de la humanidad (1927), Novela del ajedrez (1942) y diversas biografías de personajes conocidos, como Verlaine (1905), María Antonieta (1932) o María Estuardo (1934), además de su serie «Los constructores del mundo».
    En 1942, de manera póstumo, se publicó El mundo de ayer. Memorias de un europeo, la autobiografía que Zweig escribió el año antes de su muerte. Esta obra está editada en español desde mayo de 2001 por la editorial Acantilado, con traducción de J. Fontcuberta y A. Orzeszek, y ha llegado a la trigésima cuarta reimpresión.
    En este libro inmenso por su profundidad, el autor hace un recorrido por los cambios sucedidos en el viejo continente en los últimos sesenta años. Dividido en dieciséis capítulos, parte desde «El mundo de la seguridad» en el que nació hasta «La agonía de la paz» que se vive en 1941.
    En su Prefacio, el escritor aclara los motivos que lo han llevado a hablar de sí mismo, cuando siempre ha sido celoso de su intimidad. Así inicia: 
«Jamás me he dado tanta importancia como para sentir  la tentación de contar a otros la historia de mi vida. Han tenido que pasar muchas cosas —acontecimientos, catástrofes y pruebas—, muchísimas más de lo que suele corresponderle a una misma generación, para que yo encontrara valor suficiente como para concebir un libro que tenga a mi propio "yo" como protagonista, o, mejor dicho, como centro».
    Razones no le faltan, sus coetáneos pasaron de un periodo de paz relativa a vivir dos guerras mundiales, una pandemia, una periodo de inflación desmesurada, la gran depresión y el dominio de los fascismos. ¿Qué otras etapas han sufrido tanto?
    Como afirma Zweig, «es la época la que pone las imágenes, yo tan solo me limito a ponerle las palabras». No es fácil relatar el cambio de siglo, la ilusión de los individuos por un futuro alentador en el que las mujeres comienzan a liberarse de limitaciones físicas y sociales, para caer una y otra vez en el desastre de las guerras mundiales que, como suele suceder, se inician con más entusiasmo e ínfulas que como termina al dejar un reguero de destrucción, cadáveres y desengaño.
    El autor repasa la tranquilidad que se vivía en su infancia, la importancia de la cultura, la insatisfacción ante una escuela tradicional y la ilusión de los jóvenes por saber. Pasa por el despertar de la sexualidad, los límites impuestos por las convenciones y cómo estos se irán rompiendo, su paso por la universidad, sus lecturas, sus primeros escritos y publicaciones y su cómo accedió al mundo artístico de manera prematura. Su primer libro de poemas, Cuerdas de plata (1901), que con tanto ilusión vio publicado antes de cumplir veinte años, con el tiempo lo ruborizaría por su simplicidad. A partir de ese momento, se sucederían sus publicaciones de distinta índole y pasaría a ser uno de los escritores más conocidos del momento tanto en su país como más allá de sus fronteras. Este hecho sirvió para que, sin tomar parte nunca de ideologías políticas, transmitiera de manera abierta su sentido de la concordia, la paz y la ilusión de que llegase a existir una Europa unida.
    En varios episodios nos relata sus viajes por Europa, América y Asia y lo que aportaron a su visión del mundo, pues no es lo mismo escuchar los que se cuenta que vivirlo de primera mano, como le sucedió al visitar la URSS. También da cuenta de su amistad con diversos escritores, artistas y músicos entre los que se encuentran Romain Rolland, Joyce, Strauss, Freud o Dalí, entre otros muchos.
    En julio de 1914, mientras disfruta de unas vacaciones, estalla el primer desastre. Tras el periodo inicial de optimismo, el paso del tiempo contradice las voces de victoria inmediata y el pesimismo se adueña de sus conciudadanos. Las consecuencias de la Gran Guerra harán sufrir aún más a un pueblo acostumbrado al orden y el equilibrio y que cae en picado en una vorágine de pobreza e inflación que sacará la peor cara de cada cual en su lucha contra el fracaso.
    Aunque el mundo parece recobrar su estabilidad, esta se ve emborronada por el ascenso de los fascismos y las acciones antisemitas que golpean a los judíos desde Alemania al resto de Europa. Los populismos son el asidero de los desesperados que aguardan el advenimiento de cualquier salvapatrias que grite con fuerza consignas que los hagan sentir superiores al resto. Ante la oleada de violencia y desprecio, el saqueo de bibliotecas y la quema de libros, la única opción posible es abandonar el hogar en busca del descanso. Se inicia el ocaso de Europa y, por ende, del mundo. Zweig, como tantos otros, se convierte en un proscrito.
    En su último capítulo afirma que, pese a que no deseaba seguir huyendo, pues se sentía fuera de lugar en cualquier parte, el destino lo perseguiría allá donde fuera. Era consciente de que «toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz», no obstante, no supo salir de las tinieblas. En su exilio en Brasil, país al que agradeció su amable acogida con su obra Brasil. Un país de futuro (1941), Stefan Zweig no resiste más el peso del presente y decide suicidarse junto a su segunda esposa en la casa que comparten en Petrópolis donde dejan varias cartas de despedida. 
    En sus memorias no nos relata sus intimidades familiares, en pocas ocasiones emplea el plural o comenta algo sobre sus esposas. Prefiere centrarse en la parte de su vida que importa a sus lectores, esto es, su obra y su pensamiento. Como anécdotas interesantes podemos citar su colección de autógrafos y manuscritos que se perdió con la huida y la maldición que surgió con sus obras teatrales.
    El testimonio de Stefan Zweig fue su último legado a sus lectores y a las generaciones venideras. En él plasma un cambio social y cultural que alteró el mundo de manera radical. Hubo un cambio de época, ya nada volvería a ser como antes. Si leemos son detenimientos sus reflexiones observamos no pocas concomitancias en el presente con la Europa de hace cien años. ¿Corremos los mismos riesgos de entonces? Tal vez deberíamos plantearnos que «solo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, solo este ha vivido la verdad». Así pues, como decía Goethe, «Él ha aprendido, él puede enseñarnos», leamos con atención las memorias de un europeo acostumbrado a analizar el mundo y los seres con minuciosidad y aprendamos de sus palabras.





    

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