sábado, 20 de julio de 2019

El eco de su voz


     —Estaba pensando en el primer viaje que hicimos. Fue a la isla en la que vivían los abuelos. No quisiste ir en avión porque Lisi era muy pequeña y te preocupaba la presión y la altitud, así que fuimos en ferry. Estuvimos no sé cuántas horas en aquella cáscara de nuez que se balanceaba con el oleaje. Me sentía tan entusiasmado en el barco que quise recorrerlo todo. Papá me llevó por las distintas salas, salimos a la cubierta y dejamos que el mar nos salpicara la cara. El barco olía a sal, a combustible, a vómito, pero me agradaba igual. Me deslicé en los columpios de la zona infantil y jugué a la oca con otros niños, pero ninguno quiso usar el ajedrez conmigo, así que tú sacaste el pequeño de imanes que siempre llevabas en tu bolso y me enseñaste nuevos movimientos. Yo aprendía rápido, aunque aún no lograba ganarte.
            »Al anochecer fuimos a cenar al restaurante, que estaba en la proa del barco, desde cuyos ventanales se veía el horizonte al que nos dirigíamos. Me dejaste comer una hamburguesa y un refresco porque nuestro viaje era algo especial. Le hice carantoñas a mi hermana para que se riera y cuando me apretó el índice con sus dedos diminutos me prometí que siempre la protegería.
            »Tras tantas emociones, el sueño me atrapó muy pronto. Me acurrucaste a tu lado mientras sostenías a Lisi en los brazos y nos cantaste una canción, no sé cuál. Lo último que recuerdo es el beso que imprimiste en mi frente antes de que me quedase completamente dormido.
            »A la mañana siguiente el barco arribó a puerto. Me despertaste con un dulce arrullo y me llevaste al baño para que hiciera pis y me lavase la cara. Los cuatro descendimos por la escalerilla y los abuelos nos recibieron con mucha alegría. ¿Te acuerdas, ma? Eh, ¿te acuerdas?».
            —¿Y usted quién es, señor? —contesta mi madre con voz quebrada tras un largo silencio que nos separa.
            Mi esperanza se deshace en el aire. No me reconoce desde hace meses, pero yo sigo intentando extraer desde el fondo de su memoria las mejores imágenes de nuestra vida juntos. Me resisto a aceptar que, aunque ella esté aquí, su cerebro la ha trasladado a otro tiempo, a otro mundo en el que nosotros no contamos.
            —Arrorró, mi niño chico. —canta mamá con una voz casi inaudible.
—¿Qué? —pregunto sin comprender acercándome más a ella.
Levanta la cabeza, me mira a los ojos y mientras me acaricia la mano responde:
— A mi hijo le gusta que le cante el «Arrorró» cuando tiene sueño.
Empieza a musitar la vieja tonada. Una chispa de alegría se enciende dentro de mí y vuelvo a escuchar el eco de su voz.

© Erminda Pérez Gil
#Historiasdeviajes



No hay comentarios:

Publicar un comentario