jueves, 11 de julio de 2019

Fortunata y Jacinta

    Fortunata y Jacinta es considerada la obra cumbre del escritor realista español Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843-Madrid, 1920).
     El autor canario es el máximo representante en nuestro país de un movimiento que se desarrolló en toda Europa durante la segunda mitad del siglo XIX. Ello propició que mantuviera contacto con otros escritores contemporáneos como Balzac o Dickens, a quien tradujo al español.
      El Realismo anima al escritor a describir las costumbres de su época, a interesarse por el universo inédito y vulgar que lo rodea, tal como postulaba Baudelaire. Atrás queda el alejamiento y la evasión, ahora se observa el entorno próximo con ojos de entomólogo para analizar no solo a las personas y lugares, sino las conductas. Así pues, tanto Galdós como Clarín entendían la novela realista como una aproximación a la vida contemporánea, con voluntad de escribir su historia, analizarla y valorarla.
      En ese intento de mostrar las realidades más crudas, Galdós escribe Fortunata y Jacinta en un momento en el que, como él mismo afirma en sus Memorias de un desmemoriado, «Hallábame yo por entonces en la plenitud de la fiebre novelesca».
     La novela, escrita en cuatro partes entre 1885 y 1887, apareció publicada por primera vez a finales de julio de 1887 en la casa editorial La Guirnalda de Madrid.
     La historia nos relata el triángulo amoroso entre dos mujeres de clase social distinta que se disputan el amor del mismo hombre, Juan Santa Cruz, un joven rico que manipula y engaña a ambas.
      Juan Santa Cruz, pese a haber cursado estudios universitarios, es un joven sin ganas de trabajar que vive de las rentas de sus padres, quienes, al ser este su único hijo, lo consienten en todos sus caprichos. A espaldas de ellos, mantiene una relación con Fortunata, una muchacha del barrio de La Cava, pobre, inocente y malhablada, a la que engatusa con falsas promesas de amor. Harto ya de la chica, la abandona cuando esta está embarazada y él acepta casarse con su prima Jacinta, ejemplo de virtud y honestidad. Durante su luna de miel, su esposa consigue sonsacarle su romance con la Pitusa, pero ella, que lo adora, lo perdona. Su felicidad se ve empañada porque Jacinta no ve cumplida su máxima ilusión: tener un bebé. Unos falsarios se aprovechan de su debilidad y le hacen creer que un niño que vive con ellos es hijo de Juan y su amante y ella decide llevarlo a su casa; sin embargo, Juanito desmiente su paternidad y dejan al niño en un hospicio.
     Por su parte, Fortunata ha cambiado de pareja varias veces hasta conocer a Maximiliano Rubín, un estudiante de Farmacia, débil y contrahecho, que se enamora perdidamente de ella y le pide matrimonio. Aunque Fortunata no lo quiere, se casa porque para ella es la mejor opción. Juanito Santa Cruz, al saber que está de nuevo en la ciudad, se desvive hasta encontrarla y conquistarla de nuevo. Ella, que aún lo ama, cae en sus redes, es echada de su casa por su familia política y, poco después, es abandonada de nuevo por su amante. Tras un tiempo, Fortunata, aconsejada por su protector, recupera su relación matrimonial, pero vuelve a liarse con Santa Cruz; eso sí, esta vez mantendrá la relación con discreción. Sin embargo, su marido enloquece por los celos y Fortunata, embarazada de nuevo, decide abandonar la casa familiar y volver a sus raíces.
     La novela termina como todas las de este tipo, con cada personaje pagando las consecuencias de sus actos, pues el autor pretende no solo entretener sino, además, corregir conductas nocivas con ejemplos claros y contundentes.
     La historia se desarrolla en Madrid entre diciembre de 1869 y abril de 1876. Los personajes conviven con el ambiente histórico del momento y comentan los acontecimientos políticos de esos años: los últimos días de la Revolución de 1868, el reinado de Amadeo I, la Primera República, los golpes de estado de los generales Pavía y Martínez Campos y los primeros meses de la vuelta de Alfonso XII y la Restauración. A través de las conversaciones en tertulias de café y almuerzos caseros, Galdós ofrece su punto de vista político. Él, que era un reconocido liberal, critica a los carlistas a través de sus personajes.
     Como buen realista, el autor pasea a sus personajes por un espacio por el que cualquiera de nosotros podría andar en la actualidad y los ubica con minucioso detalle en calles y viviendas que existían en su época y aún hoy.
      Ya hemos dicho que el relato gira en torno a tres personajes principales, las dos mujeres enamorados y el hombre que las vincula. Pero en la obra se cuentan numerosísimos personajes secundarios, algunos de los cuales tienen vida en otras novelas del propio Galdós. Además, para otorgar mayor realismo y ganar en verosimilitud, se nombran personas reales que son incluidas en el entramado de ficción.
      Fortunata y Jacinta es mucho más que una historia de amor disputado y celos. A través de la novela, Galdós realiza un análisis pormenorizado de la España de su tiempo. No se ciñe a juzgar los acontecimientos históricos, sino que observa las conductas de las distintas clases sociales o tipologías humanas, además de describirnos los hábitos alimenticios y las modas y costumbres de la época. Por una parte, critica la actitud de los ricos que se aprovechan de la ignorancia y la necesidad de las clases inferiores (como hace Juanito Santa Cruz con Fortunata), o los caprichos temporales y veleidades de los ricos (como cuando Jacinta se empeña en llevarse un niño a casa y, pasada la ilusión, lo deja en un hospicio), el derroche de las clases acomodadas capaces de endeudarse con prestamistas por mantener un nivel de vida y aparentar una imagen, la práctica de la usura, las falsas amistades que mienten y engañan... Pero también juzga a esa gente de clase baja que no hace nada por mejorar su situación, que viven rodeados de suciedad y vicios y que prefieren mendigar a ganarse la vida honestamente. Por contra, el personaje de Guillermina Pachecho simboliza la bondad, la renuncia a los bienes materiales y la abnegación hacia los demás.
     También se delata el anticlericalismo galdosiano con la feroz puesta en evidencia que hace de los estamentos eclesiásticos. En la obra se incluyen personajes como Nicolás Rubín que, pese a ser sacerdotes, incurren en no pocos pecados. Por otro lado, el autor critica también los malos hábitos de los políticos españoles, la corrupción, el enchufismo y el clientelismo, algo que, en la actualidad, se sigue dando con demasiada frecuencia.
     Como moraleja final podríamos señalar cuán inadecuado es que las pasiones dominen los actos, porque ciegan el entendimiento, impiden razonar y tomar decisiones acertadas, como sucede con Fortunata, Maximiliano Rubín y la propia Jacinta.
     Fortunata y Jacinta merece ser considerada la mejor novela de Galdós. Es una obra redonda, sin puntos flacos, que atrae al lector con una trama truculenta a la par que lo va llevando por el camino de la observación y análisis de la situación de su época. Merece la pena pasearse por las mil trescientas páginas que constituyen el estudio más minucioso que se ha hecho de la ciudad de Madrid.
   

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