Llegó a casa con los labios apretados, sendos surcos de lágrimas en las mejillas y la mano hinchada. Tiró la mochila junto a la puerta y se encerró en su habitación. Se tumbó boca abajo sobre la cama y lloró hasta que los océanos se secaron.
El sonido del teléfono atravesó las paredes.
La suave voz de su madre fue subiendo de tono. Se levantó y entreabrió la
puerta; pudo escuchar unas disculpas y un resoplido tras colgar. Volvió sobre
sus pasos y se preparó para recibir la andanada de recriminaciones.
—Acaba de llamar la madre de
Manolito. ¿Hay algo que yo debería saber?
Con la cara apretada contra la
almohada, su no sonó amortiguado. Una mano materna se apoyó en su hombro y se
deslizó en una breve caricia. Sabía que a continuación vendría la charla de que
no se debe pegar a nadie, que la violencia no conduce a nada, que es mejor
optar por el diálogo y que debía pedir disculpas al agredido.
—No hagas caso a lo que te dijo ese
niño, te mintió. Lo que dice es imposible. Lo sabes, ¿verdad?
Se giró hacia el otro lado y le dio
la espalda a su madre. Dijo sí a todo e hizo las promesas pertinentes para
tranquilizarla. Cuando ella se marchó, pensó en lo que había ocurrido con
Manolito.
Su amigo era un bocazas, siempre
presumía de saber más que los demás, aunque en realidad era un tonto sin freno.
Su error había sido preguntarle si ya había escrito la carta a los Reyes Magos.
Manolito prorrumpió en carcajadas y se burló. ¡Cómo era posible que aún no
supiera que los Reyes eran sus padres! Era una nenaza, sin duda. Le pidió que
retirara lo dicho, se negó. Siguió haciéndole burlas hasta que se hartó y lanzó
su puño contra la cara de su amigo.
Reflexionó sobre lo que había sucedido. Si
lo que decía el bocas de Manolito era cierto, sus padres lo habían engañado y
eso no estaba bien; siempre le decían que no mintiera. Su madre lo negaba, pero
¿y si el pesado tenía razón y le habían estado ocultando su verdadera identidad?
Una luz se encendió en su cabeza y corrió a por su colección de cómics. Hojeó
las páginas de Supermán y Spider-Man y entendió qué sucedía en realidad. Los
superhéroes debían ocultar sus poderes tras una imagen corriente para poder convivir con la gente normal. Sonrió;
ahora lo entendía todo.
Como cada año, el 5 de enero sus
abuelos acudieron temprano a recogerlo para llevarlo a comer y luego a la
cabalgata de Reyes, a la que nunca iban sus padres, ahora sabía el porqué. Al
despedirse de ellos les hizo un guiño al decir:
—«Un gran poder conlleva una gran
responsabilidad». Hagan un buen reparto. Nos vemos más tarde.
Nadie más entendió sus crípticas
palabras. No importaba, más tarde, su pecho se hinchó de orgullo cuando sus
padres pasaron ante el numeroso público subidos en las carrozas ocultando su
identidad bajo los ropajes reales.
—Te fijas, abuelo, qué bien lo
hacen. No se lo digas, pero sé que son mis padres quienes reparten los regalos
por el mundo. Tienen superpoderes, como los de Marvel, hacen magia y en una
noche pasan por todas las casas. Abrí mi hucha para comprarles algo a ellos; lo
merecen, ¿verdad?
Su abuelo lo miró enternecido y le
dio la mano para ir juntos a buscar un regalo para los Reyes Magos.
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