Ayer, 23 de abril, se celebró el Día Internacional del Libro. Santa Cruz de Tenerife también quiso sumarse a esta fiesta literaria organizando una serie de actos en un lugar concreto de la ciudad, la Plaza del Príncipe. Durante toda la jornada se pudieron visitar casetas en las que las librerías locales estaban representadas, hubo sesiones de cuentacuentos, presentaciones de libros, charlas literarias y firma de ejemplares por parte de sus escritores. Todo ello acorde al día que se conmemoraba.
Además, como sistema de dinamización, los organizadores decidieron incluir casetas con productos de artesanía, castillos hinchables para entretener a los más pequeños, maquilladores de body art, y como no podía faltar, buen yantar y buen beber. En total, unas ochenta actividades para distraer a grandes y pequeños.
Sin embargo, a quienes llevaron a cabo el brainstorming de qué hacer para rellenar el tiempo de ese día se les fue la mano. Eso o no tienen ni idea de cuáles son los gustos de los lectores. Los asiduos a ferias de libros y quienes con más amor y convicción festejan esta fecha, buscan entre las casetas de las librerías la tranquilidad y el sosiego necesarios para hojear libros, deleitarse con las portadas, revisar lo que en las tapas se anuncia de la obra o de sus autores, intercambiar opiniones con los libreros, con otros lectores o incluso, si tienen esa suerte, con los propios escritores. Y es que para leer se precisa la paz y serenidad que permita sumergirse en la lectura del ejemplar que se tiene entre las manos. Ayer esa magia entre el libro y el lector se hizo añicos de manera abrupta con la irrupción a las seis de la tarde de los acordes de una orquesta que a ritmo de salsa y merengue reventó los tímpanos de los amantes de la literatura.
A esa misma hora, la librería "El libro en blanco" había organizado unos encuentros de escritores para que estos expusiesen al público su experiencia ante el papel y que los contagiasen de la fiebre de la literatura. Vano esfuerzo el congregar a tantas personas de distintos sitios para llenar de atractivo tal fecha si las voces de los humanos no pueden competir con los estridentes decibelios de los equipos de sonido que alegremente expandían la pachanga ubicada en la Plaza del Príncipe. Y como colofón y fin de fiesta, nada mejor que una batucada múltiple, que confluyó desde varias calles hasta esa plaza en la que se ubicaban las casetas librescas, para terminar de ensordecer y agotar al público presente.
Las instituciones locales deben hacer examen de conciencia y una serena reflexión sobre el desastre organizativo de ayer. Porque no se puede mezclar el tocino con la velocidad, ya que el resultado resulta caótico. El comentario más escuchado entre los asiduos a ferias de libros era que este había sido el peor Día del Libro celebrado en Santa Cruz. Si los gestores querían hacer coincidir en fecha el Día del Libro con el Plenilunio no debían haberlos hecho convivir en el mismo espacio, porque la ciudad posee suficientes plazas para que los lectores disfruten de su tranquilidad y los pachangueros bailen a ritmo de salsa. ¡Que el 23 de abril no es ni Carnavales ni un baile de magos, señores!
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