Dos años de soledad han pasado ya sin sus palabras. Dos años en los que ha estado más presente que cuando escribía y nos sorprendía con su realismo imposible y sus hipérboles desmesuradas.
A Gabriel García Márquez le llegó la mala hora el 17 de abril de 2014, un jueves santo en el que su pérdida sorprendió al mundo de la literatura a pesar de ser la crónica de una muerte anunciada desde 1999. Se fue sin desmesuras, sin estridencias, sin llamar la atención, rodeado de amor en tiempos sin cólera. El otoño de este patriarca de la literatura se resintió a consecuencia de un cáncer linfático que no le impidió contarnos parte de su biografía. Había que vivir para contarla, y eso fue lo que hizo este náufrago con su relato. En su memoria quedaron sus putas tristes y sus lectores desconsolados al ver que este coronel ya no tiene quien le escriba más cuentos peregrinos. Con ojos de perro azul, nos quedaremos con su amor y todos sus demonios, caminaremos sobre su hojarasca esperando que este general salga de su laberinto y nos lleve de la mano a pasear por Macondo en compañía de todos los Buendía dejando un rastro de sangre en la nieve.
A Gabriel García Márquez le llegó la mala hora el 17 de abril de 2014, un jueves santo en el que su pérdida sorprendió al mundo de la literatura a pesar de ser la crónica de una muerte anunciada desde 1999. Se fue sin desmesuras, sin estridencias, sin llamar la atención, rodeado de amor en tiempos sin cólera. El otoño de este patriarca de la literatura se resintió a consecuencia de un cáncer linfático que no le impidió contarnos parte de su biografía. Había que vivir para contarla, y eso fue lo que hizo este náufrago con su relato. En su memoria quedaron sus putas tristes y sus lectores desconsolados al ver que este coronel ya no tiene quien le escriba más cuentos peregrinos. Con ojos de perro azul, nos quedaremos con su amor y todos sus demonios, caminaremos sobre su hojarasca esperando que este general salga de su laberinto y nos lleve de la mano a pasear por Macondo en compañía de todos los Buendía dejando un rastro de sangre en la nieve.
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