El sábado conocí a
Enrique junto a la puerta de una conocida librería de Gran Vía. Es un hombre
mayor, calculo que supera los sesenta años con creces, y está algo deteriorado.
Ha vivido mucho y con intensidad. Se ha casado cinco veces (con una sueca, una
italiana, una chicana y dos españolas) y tiene seis hijos (un solo chico, ya
ves). Ha pasado por infinidad de lugares y habla varios idiomas, aunque el que
menos le gusta es el inglés. Cumplió el servicio militar en Tenerife en 1975 y
guarda muy buenos recuerdos de la isla: el clima, pasear por la calle del
Castillo, ir de putas por Miraflores... Vivió en Suecia, en Italia y en Estados
Unidos, de donde lo deportaron por ser persona
non grata, pero ahora reside en Madrid.
Enrique es poeta. Cuando
lo conocí el sábado estaba sentado en el suelo junto a la puerta de la librería.
Delante de él había un cartel, escrito con letra irregular, en el que se podía
leer "Regalo poemas" junto a un cazo de metal para recibir donativos. Estaba
sucio, desaliñado, alcoholizado y solo. La gente que pasa por delante no se
fija en alguien así sino para esquivar un bulto en la acera. Yo tampoco lo vi
al entrar en la tienda, sino al salir. Una adolescente le estaba diciendo algo
mientras sus amigas la apremiaban con la mirada. Me senté junto a él y
estuvimos charlando un rato. Me leyó y me regaló uno de sus poemas titulado
"Mendigos". Me contó sus aventuras de juventud y sus miserias de viejo.
Nos reímos y nos apenamos juntos. Luego me marché en medio del tumulto y las
luces multicolores de la avenida.
No sé por qué te
cuento esto. Lo cierto es que creo que fui bastante idiota porque ni siquiera
se me ocurrió ir a comprarle un café o algo de comer. Simplemente le recomendé
que se abrigara, que en estas fechas hace mucho frío en la ciudad, ¡mira si soy
estúpida! Sin embargo, acompasados mis pasos al ritmo del último verso, su
voz rasgada sacude mi conciencia mientras el estridente bullicio navideño se
esfuerza en acallar su recuerdo.
© Erminda Pérez Gil
sencillo, tierno y bonito. Enhorabuena Erminda
ResponderEliminarGracias, Pedro.
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