«Mi
vida siempre ha sido la bicicleta, desde muy chico, ya sabes. Mi familia vivía
en una casita alejada del pueblo y para ir a buscar la leche a la vaquería, el
pan a la tienda y hacer los recados de mi madre, me mandaban en la bici. La
primera que tuve era vieja, pesada, de hierro carcomido por la herrumbre. Nadie
sabía quién había sido su dueño; mi padre me contó que la había encontrado
tirada en una cuneta cuando se acabó la guerra y volvió en ella a casa.
Durante el invierno la bicicleta permanecía dormida en el
granero, pero cuando llegaba la primavera echaba carreras por los caminos con
mi amigo Luis. Bueno, eso fue hasta que se trasladó con su familia a Francia y
perdimos el contacto. La siguiente vez que lo vi fue cuando ganó la Vuelta en
1970. Fui hasta allí para aplaudir su triunfo y recuperar su amistad e hice ambas
cosas. Me uní a su equipo y tres años después festejamos su victoria en París. Cuando
murió lamenté no haber estado a su lado para ayudarlo. En fin, son cosas de la
vida.
Aunque si tengo que agradecer a alguien que me haya
ayudado en el ciclismo es a Bahamontes. Todos los chicos de mi época queríamos
ser como “El águila de Toledo” y ascender más rápidos que ningún otro, pero
pocos tuvieron mi suerte. En una ocasión en que Federico entrenaba por el Valle
se le pichó una rueda y fui yo quien lo auxilió. Desde entonces me cubrió bajo su
ala y me llevó a entrenar con los suyos. Incluso convenció a mis padres para
que me dejaran acompañarlo. Él era el primer español en haber ganado un Tour y
ahí estaba yo, junto al mejor escalador que ha habido nunca. Jamás lo podré
olvidar.
Cuando veo la Vuelta en televisión y escucho a Pedro de
comentarista recuerdo cuánto lo ayudé con sus entrenamientos y lo bien que lo
pasamos juntos. Salía con él por esas carreteras segovianas y le servía de guía
y mentor. Lo vi desde el principio, ese chico era un luchador, solo así se
pueden ganar dos Vueltas y un Tour. Y míralo, ahí sigue dando el callo cada año
como un campeón.
¿Y qué te voy a decir de Induráin? Ese muchacho nació
para ganar, tenía unas condiciones físicas que parecían inhumanas; ya lo supe
yo desde que era alevín, cuando disputó aquella carrera en Eliozondo. Al verlo
cruzar la meta pensé “Este chaval tiene madera”. Y mira, no me equivoqué cuando
se lo recomendé a Eusebio Unzué. Cuando fichó con los profesionales Miguel me
pedía consejo y yo lo animaba cuesta arriba y cuesta abajo pedaleando a su
rueda día tras día. ¡Qué buen muchacho! Solo alguien como él es capaz de ganar cinco
Tours consecutivos y entre tanto también dos Giros. Ganaba todo lo que fuera:
montaña, contrarreloj…
¡Pero
qué te voy a contar a ti, Alberto, que de esto de las bicis sabes un rato con
todos esos Tour, Vueltas y Giros que has ganado!»
Don Paco se queda extasiado mirando cómo serpentea el pelotón en la tele tras sus
gruesos cristales de aumento. A veces me confunde con Contador, como hoy; otros
días me llama hijo o nieto, aunque ni siquiera somos familia. Cada día que
vengo de voluntario a la residencia charla un rato conmigo y me cuenta sus aventuras
como ciclista profesional. Yo sé que son falsas, pero le sigo la corriente
porque lo veo feliz. ¿Quién se atrevería a recordarle que perdió ambas piernas siendo
un crío cuando pisó una mina olvidada de la Guerra?
© Erminda Pérez Gil
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