¡Ay,
José Braulio! Esta casa ya no es la misma sin ti. Desde que te marchaste hay un
hueco enorme en tu lado de la cama y en mi corazón. Por las noches me despierta
el silencio; me provoca desasosiego que no resuenen junto a mí tus ronquidos de
macho bravo. Echo la mano a un lado, no te encuentro y me da un no sé qué.
Por
las mañanas ya no te veo levantarte con el calzón descolgado bajo la panza y
los ojos hinchados. Ya no mascullas maldiciones en el desayuno ni te vas a
chambear dando un portazo de despedida. Y en la noche, no llegas encabronado y hasta
la madre de tragos ni la emprendes a golpes contra mí por los agravios del día,
ni me chingas a la fuerza cuando estás urgido nomás.
Yo
le rezaba a mis santitos, pero parecía que esto no iba a cambiar ni yendo a
bailar a Chalma. Hasta que un día se me ocurrió y mira, me salió chingón. Me
afané en prepararte los tamales que tanto te gustaba comer con una chela fresquita,
y me quedaron padrísimo. ¡Te lamiste hasta los dedos de gusto! Luego fuiste a
echarte un coyotito y de ahí ya no te levantaste más nunca.
¡Ay,
José Braulio! Tu muerte daría el gatazo si no merodearan tantos ratones el
galpón. A poco todo México va a saber cómo rellené los tamales. Yo,
mientras, preparo un altarcito chido y te lloro delante de las comadres: “¡Qué
pena que ya no estés, esposo mío!”.
© Erminda Pérez Gil
#DíadeMuertos
Relato finalista en el concurso de Historias del Día de Muertos 2018 convocado por Zenda libros: https://www.zendalibros.com/finalistas-del-concurso-de-historias-del-dia-de-muertos/
© Erminda Pérez Gil
#DíadeMuertos
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