jueves, 8 de agosto de 2019

Amor perdurable

     Amor perdurable (Anagrama, 1998) es el título de la sexta novela publicada por Ian McEwan (Aldershot, Hampsire, 1948), considerado por The Times unos de los mejores escritores británicos desde 1945.
     McEwan irrumpió en la literatura con la publicación de dos colecciones de relatos: en 1975, Primer amor, últimos ritos, con la que obtuvo un año después el premio Somerset Maugham; y en 1978, Entre las sábanas. Ese mismo año apareció su primera novela, Jardín de cemento, a la que han seguido doce más hasta la actualidad. 
     Amor perdurable, publicada en su lengua original en 1997, es considerada una de sus mejores novelas. En ella trata el síndrome de Clerambault, conocido también como la erotomanía. Quien padece este síndrome tiene la convicción ilusoria de que otra persona, habitualmente de posición social más alta o inaccesible, está enamorada de ella, aunque jamás hayan tenido ningún tipo de contacto. El enfermo entiende que la persona amada no será nunca feliz sin él, y ve señales o indicios de amor en cualquier parte o gesto; además, tiene la creencia de que su relación es conocida y aprobada por la sociedad.
     El caso más conocido de erotomanía lo sufrió el monarca británico Jorge V en 1918 al convertirse en el objeto de delirio de una mujer francesa de cincuenta y tres años que lo persiguió con insistencia. La mujer, que afirmaba ser amada por el rey, viajó varias veces a Inglaterra para verlo, solía esperarlo sin éxito frente al Palacio de Buckingham y, en una ocasión en que vio moverse una cortina, interpretó que se trataba de un mensaje de su amado. Ella afirmaba que los londinenses conocían y aceptaban el amor de su monarca por ella, pero alegaba que el rey había impedido que pudiera permanecer en Londres al evitar que encontrara habitación en cualquier hotel de la ciudad. 
     En Amor perdurable, Joe, un especialista en temas científicos, está felizmente casado con Clarissa. Sin embargo, a raíz de un accidente fortuito en el que se ven involucrados involuntariamente, entra en sus vidas Jed Perry, un joven extraño que desestabilizará su relación. El muchacho se siente atraído por Joe, a quien abruma con su pasión amorosa a la vez que quiere arrastrarlo hacia su fervorosa creencia en Dios. Lo acosará con llamadas, cartas y visitas, lo seguirá allá donde vaya, le hará promesas, llorará, pataleará y amenazará para conseguir su objetivo, que Joe abandone a Clarissa y se vaya con él. Joe no soporta la situación y su enfado aumentará al comprobar que ni su esposa ni la policía lo toman en serio.
     La novela está narrada en primera persona, por lo que el lector empatiza aún más con las vivencias descritas, ya que es quien las sufre el que las relata. Eso también implica que nos dará su punto de vista sobre los hechos, sin tener en cuenta las consideraciones ajenas. No obstante, en un capítulo el propio narrador nos anuncia que determinados acontecimientos los va a presentar desde la visión de su esposa.
     Tanto Joe como Clarissa son personajes redondos, pues van cambiando a lo largo de la historia; su felicidad y equilibrio iniciales se rompen y sufren cambios psicológicos que nos ayudan a conocerlos desde distintas perspectivas. Sin embargo, Jed Perry no altera su condición ni siquiera al concluir la novela, pues el estado de erotomanía es difícilmente superable para quienes lo padecen.
     En la novela se nos ofrece una trama de intriga paralela que se ve resuelta al final de la obra. No está directamente relacionada con los protagonistas, pero estos se ven implicados parcialmente en ella.
     La obra está bien relatada, pues va llevando al lector a su terreno desde el inicio, en el que se produce ese accidente inesperado que rompe la tranquilidad de una tarde de merienda. Quizá ese primer capítulo sea una especie de preludio o metáfora de la novela, ya que anuncia esa quiebra de lo establecido para caer en una situación que no se ha buscado pero de la que resulta casi imposible desprenderse.
     Sin duda es una novela que merece ser leída porque ofrece una perspectiva muy interesante al lector y recupera, en cierto modo, el mito de Casandra: digas lo que digas, nadie te creerá.



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