Aquel verano siempre lo recordaré. Sí, ya sé que fue hace un buen puñado de años y que con el tiempo se tiende a idealizar el pasado. Sin embargo, mi vida cambió de tal manera que, a pesar de mis problemas de artrosis y de las cataratas que me nublan la vista, lo tengo muy presente.
Mis
primeros años en este mundo fueron muy crueles. Guardo un recuerdo muy vago del
calor que desprendía mi madre y el amor con el que me cuidaba. Sin embargo, fui
separado de ella siendo muy pequeño y su imagen se me diluye.
Me
criaron en un lugar infecto en el que el hambre y la sed eran una rutina y los
golpes una forma de aprendizaje. ¿El motivo? Daba igual, hicieras o no, siempre
recibías. La higiene era inexistente y los insectos devoraban mi piel. En
invierno pasaba un frío atroz y en verano me derretía bajo el sol mientras
buscaba cualquier brizna de sombra a mi limitado alrededor.
Enfermé,
mi pelo se desprendía a mechones y unas llagas purulentas brotaron en mi piel.
Daba tanto asco que se deshicieron de mí. Me llevaron en un vehículo a no sé
dónde y allí me dejaron tirado.
Desconozco
cuánto tiempo vagué solo por aquellos caminos polvorientos. El cansancio, el
hambre y la debilidad pudieron conmigo y me dejé vencer por la muerte sobre la
tierra seca.
Lo
siguiente que recuerdo es que alguien me tocó, palpó buscando vida en mí y un
leve gemido le dio la respuesta. Creo que floté en el aire y caí en algo mullido
que me hizo recordar las nubes. «Debo estar muerto», pensé. Pero no era así.
Luego
supe que me habían encontrado y me habían llevado a un hospital donde me trataron
y cuidaron durante semanas. Cuando estuve recuperado, me trasladaron a un hogar
provisional, me hicieron fotos e intentaron localizar a mi familia, pero fue
inútil, no había rastro de ella y yo no colaboré para dar las señas de mi
infierno.
Ese
lugar no estaba mal porque me alimentaban y me cuidaban bien. Sin embargo, a
pesar de que había muchos como yo, sentía que no era feliz allí. Cada cual
tenía su pasado, su historia, todas tristes, y esa aflicción se contagiaba.
Una
mañana, cuando el calor empezaba a brotar, mi vida dio un giro inesperado. Ella
vino y en cuanto me vio me hizo un guiño y me animó a acercarme. Lo hice con
cierto reparo, no la conocía, pero cuando me aproximé lo suficiente me envolvió
en un abrazo y muchas caricias y empezó a susurrarme palabras bonitas. Era una
extraña, pero su olor me embriagó y decidí que quería estar a su lado para siempre.
El
resto de la historia ya la conoces, me llevó a su casa, me compró todo lo
necesario y empezó nuestra vida juntos. Hemos compartido miles de momentos:
paseos, juegos, dolencias. Conozco todos sus gestos y procuro devolverle cada
día lo que ella me regaló: alegría.
Por eso te digo, canijo, que no estés triste. Hazme caso a mí que ya soy mayor y sé de lo que te hablo. Salir del albergue y tener una familia es lo mejor que te ha podido pasar. Solo te doy un consejo, no orines sobre las alfombras ni muerdas los muebles. Ah, y cuando la veas volver a casa, mueve mucho la colita; le encanta que la reciban así.
#elveranodemivida
Felicidades! Siempre consigues emocionarme con tus relatos.
ResponderEliminarSaludos y suerte!
Gracias. Me alegro de haber logrado emocionarte. 😘
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