Los japoneses disfrutan del arte del kintsugi, que consiste en reparar con polvo de oro las roturas de la cerámica para mostrar la cicatriz del corte como parte de la historia del objeto. Así, todo lo que vivimos nos va dejando pequeñas grietas que no debemos ocultar, ya que forman parte de nuestro devenir. Cada fractura, por tanto, es una parte de nosotros mismos.
De esta premisa parte Andrés Neuman en su sexta novela, Fractura, publicada por la editorial Alfaguara en 2018, señalada como una de las mejores novelas de ese año.
Andrés Neuman nació en Buenos Aires en 1977, aunque a los catorce años abandonó con sus padres y su hermano Argentina para exiliarse en España. En Granada creció y se formó en su universidad, donde impartiría clases de literatura hispanoamericana años después. Neuman ha recibido numerosos premios que reconocen su labor como novelista, poeta y escritor de relatos. Asimismo, ha colaborado como columnista en varios periódicos y dirige un blog literario. En algunas de sus obras relata sus vivencias en su país natal y el exilio de sus familiares.
Dividida en once capítulos o partes, Neuman nos relata en Fractura la historia de Yoshie Watanabe a través de distintas voces narrativas. Watanabe es un japonés que vivió en su infancia el desastre de las bombas atómicas en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en 1945. Aunque residía en la segunda ciudad con su familia, la mala suerte lo sorprende el 6 de agosto en Hiroshima y sufre de manera indirecta tres días después la segunda explosión.
Un narrador omnisciente en tercera persona nos relata las vivencias del pequeño Yoshie en un momento tan delicado. No obstante, la evolución del protagonista va a ser narrada por cuatro mujeres con las que tuvo relaciones amorosas en distintos momentos de su vida. Su primera novia la conocerá mientras estudia en París, la siguiente será Lorrie, una norteamericana con la que coincide en Nueva York, la tercera es Mariela, una bonaerense y, por último, Carmen, una madrileña con la que compartirá sus últimos años hasta su jubilación y regreso a Japón.
A través de los cuatro relatos observamos cómo nada es igual ni se repite, pues con cada una de ellas irá modificando su forma de ser y su actitud; el tiempo y la experiencia van perfilando un carácter hermético que se irá abriendo como una flor hasta los límites que él mismo se permita.
El elemento que provoca una conexión entre el pasado de Yoshie y su presente de superviviente de la bomba atómica es el accidente de la central nuclear de Fukushima en marzo de 2011 a consecuencia de un terremoto que provocó un maremoto. Se forma así una circularidad entre las vivencias de la infancia del protagonista y el presente narrado en tercera persona.
Por otra parte, los hechos no están relatados de forma cronológica, sino que, además de cambiar de punto de vista y voz narrativa, se producen saltos temporales que rellenan el rompecabezas de la vida de Watanabe, desde su infancia hasta su presente.
Es esta novela un canto al paso del tiempo, a las heridas que dejan huella indeleble, a los amores vividos y deshojados que siempre asientan un poso en el recuerdo. Es también una reflexión sobre el paso del tiempo y un grito desesperado de la fragilidad de la vida ante los desastres provocados por los propios humanos. Es un clamor contra el engaño de los poderosos a los ciudadanos de a pie, cuyas vidas son granos de arena en un tablero mundial en el que se juega al poder sin medir las consecuencias. Y desde luego, es una reflexión vital profunda del paso del tiempo y de la repetición de errores y de cómo al individuo, al igual que la cerámica, lo moldean las vivencias.
A los lectores más avispados no se les habrá pasado por alto el nombre del protagonista, Yoshie Watanabe. Andrés Neuman quiso homenajear así al poeta peruano José Watanabe, de quien extrae unos versos para introducir la novela:
Estaré yo soloy me tocaréy si mi cuerpo sigue siendo la parte blanda de lamontañasabréque aún no soy la montaña.
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