miércoles, 2 de octubre de 2024

La biblioteca en llamas

     A finales de abril de 1986, cuando el mundo estaba pendiente del accidente nuclear de Chernóbil, ardió la Biblioteca Central de Los Ángeles. En ese momento Susan Orlean vivía en Nueva York y se extrañó de que un acontecimiento tan relevante no tuviera una cobertura informativa más amplia; no obstante, las consecuencias de la central nuclear soviética eclipsaban los medios y al público y no fue hasta un día después cuando The New York Times se hizo eco de la noticia en la página 14. 
    El amor que sentía Susan Orlean por las bibliotecas desde su infancia la llevó a plantearse dos preguntas a raíz de este incendio: ¿quién querría quemar una biblioteca y por qué? Durante más de una década investigó los sucesos que rodearon el desastre y la historia de las bibliotecas de Los Ángeles. Producto de esa indagación periodística surgió La biblioteca en llamas, ensayo subtitulado Historia de un millón de libros quemados y del hombre que encendió la cerilla, que apareció publicado en 2018 y un año después fue traducido al español por Juan Trejo para la colección Temas de hoy de la editorial Planeta.
    En las páginas de este libro conocemos la evolución de la Biblioteca Central de los Ángeles desde que se inauguró la primera biblioteca pública en 1859, con un limitado número de ejemplares y usuarios, hasta la actualidad tras mudanzas, construcciones, reformas y un sinfín de avatares que rodean a los miles de textos que se acumulan en el edificio. Además, relata quiénes se hicieron cargo de su gestión, las dificultades surgidas en cada momento y cómo fueron superadas. Es, en definitiva, la historia de la biblioteca más importante de la ciudad salpicada con entrevistas, reflexiones y anécdotas que deleitan al lector. La historia viene complementada con fotografías que ilustran lo narrado, desde imágenes del incendio a fotos de archivo de décadas anteriores. 
    El momento álgido del relato lo encontramos al poco de iniciar la lectura: «El 29 de abril la Biblioteca Central abrió sus puertas, como era habitual, a las diez de la mañana y en cuestión de minutos la actividad era frenética». Sin embargo, una hora después se disparó la alarma de un detector de humos al que, en principio, no se le hizo demasiado caso porque era habitual que saltaran; de hecho, la biblioteca llevaba años recibiendo avisos por incumplimiento de la normativa contraincendios. El edificio, que fue construido en 1926 con un diseño del arquitecto Bertram Goodhoe, quien falleció de manera inesperada antes de edificarlo, no había recibido las actualizaciones de seguridad adecuadas.
    Tras desalojar el inmueble en tan solo ocho minutos, los bomberos entraron para comprobar que se trataba de otra falsa alarma. Sin embargo, su sorpresa fue mayúscula al advertir que en una de las torres se apreciaba un hilo de humo. A partir de ese descubrimiento, el fuego se extendió a gran velocidad y durante más de siete horas devoró todo lo que encontró a su paso. «En total, cuatrocientos mil libros de la Biblioteca Central fueron destruidos por el incendio. Setecientos mil más se vieron seriamente dañados por el humo o por el agua o, en muchos casos, por ambos». Entre las pérdidas se contabilizó un volumen del Quijote de 1860 ilustrado por Gustave Doré y todas las obras de Shakespeare con las que contaban, además de toda la historia del teatro, libros de ciencias, manuscritos sin encuadernar, cinco millones y medio de patentes registradas desde 1799, todas las publicaciones de arte y la mayoría de microfilmes de la biblioteca, entre otros miles de ejemplares. «Fue la mayor pérdida en una biblioteca pública en la historia de Estados Unidos».
    Pero las preguntas que se planteó Susan Orlean aún no han sido contestadas. La persona que prendió fuego a la biblioteca y sus motivaciones se van descubriendo a medida que se avanza en la lectura y resulta ser un personaje casi libresco. El quién y el porqué se desenfocan en el relato a medida que se extrae más información. ¿Realmente hubo un culpable y una motivación? La autora profundiza en su investigación para dejar una puerta abierta al lector que decidirá si la desea traspasar o quedarse en el umbral.
    Numerosas son las reflexiones y anécdotas que complementan la historia de la Biblioteca Central de Los Ángeles, que cuenta además de diversas sucursales en la ciudad y con servicios más allá del préstamo de libros. El volumen de usuarios y de ejemplares que se mueve en el edificio es sorprendente, así como los testimonios de los trabajadores de la biblioteca. Como referencia, en 1921 se hicieron más de tres millones de préstamos de libros y cada día acudían unas diez mil personas a la biblioteca. 
    «En esa época [...]. Todo el mundo viajaba por la biblioteca. En un lugar así era posible encontrarse incluso con alguien a quien habías perdido. A veces la gente buscaba antiguos amores escribiendo mensajes en los libros de la biblioteca con la esperanza de que la persona a la que buscaban leyese el mensaje; como si la biblioteca se hubiese convertido en una red pública de comunicación, un intercambio de llamadas y respuestas anheladas».
    La Biblioteca Central de Los Ángeles contó, entre otros usuarios con Ray Bradbury. Allí, con el alquiler de una máquina de escribir, el escritor concluyó en nueve días el manuscrito de su novela El bombero; sin embargo, el título no le satisfacía, por lo que telefoneó a una central de bomberos para preguntar a qué temperatura ardía el papel. La respuesta dio el título con el que se publicaría Farenheit 451. A veces las casualidades son pavorosas.
    Pese a su terrible título, La biblioteca en llamas es un deleite para el lector. Entre otras reflexiones, nos quedamos con la que aparece en la página 123:
«En Senegal, la expresión amable para indicar que alguien ha muerto es decir que su biblioteca ha ardido. Cuando escuché esa frase por primera vez no la entendí, pero con el paso del tiempo me di cuenta de que era perfecta. Nuestras mentes y nuestras almas contienen volúmenes en los que han quedado inscritas nuestras experiencias y emociones. La consciencia de cada individuo es un recuerdo de recuerdos que hemos catalogado  y almacenado en nuestro interior, la biblioteca privada de la vida  que hemos vivido. Es algo que no podemos compartir enteramente con nadie, una biblioteca que arde y desaparece cuando morimos. Pero si puedes tomar algo de esa colección interna y compartirlo —con una sola persona o con todo el mundo, en una página o en un relato oral—, adquiere vida por cuenta propia».
    Así pues, mantengamos viva nuestra memoria literaria y compartamos lecturas para que estas nunca desaparezcan.



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario