Cada
día salgo con mi bicicleta durante al menos una hora. Voy generalmente por las
carreteras de mi entorno, aunque a veces me desplazo a otros lugares para
variar el trayecto y no aburrirme. En alguna ocasión también me aventuro a pedalear
por pistas de tierra y a hacer descensos vertiginosos por zonas montañosas que
producen un buen chute de adrenalina.
Ser ciclista tiene sus
complicaciones. Los días de lluvia, por ejemplo, pueden ser peligrosos porque
es frecuente patinar en el asfalto mojado y caer. Tampoco es cómodo circular
por la ciudad, ya que debes estar atento a los semáforos, los vehículos y los
peatones, que a veces se cruzan sin mirar. Por vías muy transitadas la
situación se complica, pues solemos ser considerados un estorbo para algunos
conductores. Las carreteras que serpentean por las montañas nos encantan por el
paisaje que ofrecen, el reto que supone culminar el ascenso y la diversión de
descender la cima a la mayor velocidad posible; eso sí, a veces tenemos verdaderos
encontronazos en las curvas con vehículos cuyo trazado se excede de los límites
de su carril, y el susto, como mínimo, no te lo quita nadie.
A mí me agradan las carreteras secundarias
porque suele haber poco tráfico y el peligro es menor. Aun así, un ciclista es
muy frágil en cualquier vía. Cuando voy sola suelo ponerme ropa llamativa para
que los que circulan cerca de mí puedan distinguirme con la suficiente
antelación. Sin embargo, cuando vamos varios nos apiñamos para ser más
visibles, aunque algunos se quejen y nos griten desde la ventanilla que vayamos
en fila india. Hay que ver los insultos y comentarios que recibimos los
ciclistas cuando transitamos. Y cuando pedalea una chica, la cosa se pone aun
peor. Todavía quedan brutos a los que educar.
La verdad es que los
conductores cada vez están más concienciados de la fragilidad de una bicicleta,
esperan pacientes el espacio suficiente para adelantarnos y lo hacen dejando la
distancia adecuada para no hacernos caer. Aunque no todos son así; hay quienes,
además de soltarte cualquier improperio, te adelantan a gran velocidad sin
apartarse lo suficiente, como acaba de hacer el imbécil que pasó a mi lado hace
un momento y me lanzó al arcén del golpe que me propinó. El coche frenó un
instante al notar el impacto, pero ha vuelto a acelerar y me ha dejado aquí sola,
tirada, con un acre sabor a sangre espesa en la boca y el cuerpo desmadejado e
inútil sobre el asfalto. Lucho por mantener mis párpados abiertos, pero ellos
únicamente quieren descansar. Y entre la niebla oscura que me va cegando, solo
acierto a ver la rueda trasera de mi bici girando sin parar.
© Erminda Pérez Gil
#historiasdebicis
© Erminda Pérez Gil
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